y la persigues ciegamente, ella se convertirá
en falsedad, y tú, en un fanático"
Lapidarium II
Ryszard Kapuscinski
Revisen la página: http://www.elboomeran.com/minisites/kapuscinski/index.html
La verdad es que he perdido un poco la práctica de la escritura y me cuesta escribir con sentido en mi blog. Una de las razones por las cuales estoy así, un poco ida o desentendida es mi repentino regreso al Perú, un regreso que no es definitivo pero que implica toda aquella ilusión de volver a ver los paisajes de la niñez y oler ciertos aromas que aquí evidentemente no son frecuentes.
Desde que llegué a vivir al norte, aqu+i en esta ciudad de canales y callejas de ladrillos rosados, coleccioné la mejor de la música regional, entre andina, criolla, rock y chicha (o no chicha). Uno de los temas que más me gustó y que ahora me llevan a pensar en ese regreso a mi vieja tierra, es esta tema que estoy posteando para ustedes. La canción original es un yaraví (palabra proveniente del quechua QARAWI) pero aquí mis amigos del colegio que ahora tienen una banda de música llamada Dr. Beat la han adaptado a un ritmo con mucho más carácter que el original. Por supuesto, el original de Los Dávalos siempre será el original (bastante tristón, la verdad), pero esta adaptación es para todos aquellos que disfrutamos del rock arequipeño.
Este tema toca "el regreso" de todo aquel hijo de la tierra que se fue en busca de otros horizontes. Pienso que todo arequipeño fuera de Arequipa entenderá la naturaleza de la letra de la canción mucho más que aquellos que nunca se fueron. Yo ya estoy preparada para escucharla a mi regreso y vivir (revivivendo) todas aquellas experiencias de mi pasado. Hay quienes dicen que uno nunca se apartará de lo que ama y entiende. Esto lo puedo entender, por eso es inquebrantable.
¡ Nenúfares blancos !
No me detengo en el viaje. Mi forma de autoconocimiento me transporta hacia otro punto del país y hacia otros países. Vine aquí de un sólo golpe. Transito a la provincia sin detenerme en Bangkok (después la conoceré)… parece que fuera mi propio destino que me lleva galopando.
Estos son algunos párrafos de un viejo diario que acabo de desempolvar... me encantaría algún día publicarlo, ¿qué me dicen ustedes? Lo escribí en el 2000.
18 de julio
Salió el sol. Le da otro ambiente a Bilbao. La gente sale a las calles. Desde mi balcón observo la alegría de los bilbaínos. Niños. Viejos. Caminan como si fuera domingo. Al frente de mi edificio hay una librería llamada La Habana. Literatura latinoamericana. Los españoles sienten un afecto por Cuba. Quizá por la pobreza que se vive en ese país. Los cubanos consiguen la visa a España con facilidad. En Bilbo al único cubano que conocí es al dueño de esa librería. Se quejaba de la política de su país: “Chica, que usted no tiene ni idea de cómo es la vida por allá. No hay libertad”. En la vitrina de la tienda están Gabo, Benedetti y el infaltable Cabrera Infante: La Habana para un infante difunto. “Es que, chica, es un país de difuntos. Nadie tiene nada. Huimos como manadas”. No le compré un solo libro. Sólo entré por curiosidad. Dudo volver a pisar la librería. Mi bolsillo anda en aprietos. Espero ansiosa el fin de mes.
Pero salió el sol y me decido por una caminata. Acabo de llegar del trabajo. ¡Qué hambre! Mi timidez no ayuda a mi salud estomacal. No me atrevo a salir de mi trabajo a comprarme un dulce. Llego a casa con el estómago en la boca. Hoy me preparé fideos con carne molida y tomate y cebolla en trozos. La primera vez que preparo este plato. Estaba en mi cabeza hace días. Lo devoré. Ahora, a las tres y media de la tarde quiero salir. Veo a la gente contenta.
Caminé mucho. Incluso, escalé. El territorio es accidentado. Por la plaza donde está ‘la cabeza’ de Unamuno subí unas gradas interminables. Pregunté hacia donde conducen. “A un parque”, me respondieron. Empecé a subir. A medio camino mi corazón estaba acelerado. ¿Si he subido el Colca por qué no estas gradas? Y seguí adelante. Pensé que iba a ser fácil. Pero el parque estaba a gran altura. Hasta que alcancé la cima. Obtuve una buena vista de Bilbao. No distinguí mi calle, pero si la ría. El Guggenheim. Es la primera vez que lo veo. ¿No dije hace algunos días que las calles parecen un laberinto? ¿Que el sentido de orientación es nula? Desde arriba Bilbao es más grande de lo que parece. Habrá que visitar el Museo. También, la playa. Dicen que uno puede llegar en metro. No veo el mar desde aquí. Sigo agitada. Me siento en una banca para apaciguar el cansancio. Veo muchos viejos; muchos perros. ¿Cómo han podido subir?, me pregunto. Después compruebo que el parque tiene ascensor. Se pagan cien pesetas. Surrealista. ¿En qué parte del mundo se sube a un parque en ascensor?
Puedo decir que las mejores clases que tuve en mi maestría fueron las de Historia de los Andes (también las de Seminario de literatura y Teoría literaria, qué pasada), pero con el profesor Adelaar experimenté, primero, una sensación de extrañamiento (como cuando se llega a territorio desconocido) y, segundo, aquello que llamamos “la pasión por la tierra”. Sus clases fueron clases espontáneas, armadas en base a preguntas y respuestas. Preguntas precisas y respuestas largas. Pero voy a ser sincera. Cuando llevé clases con Adelaar yo no sabía quién era Adelaar.
2
Adelaar llegaba a las clases con una maleta llena de documentos, siempre. Parecía un viajero dispuesto a irse a cualquier parte, listo para partir. La primera vez que entré a su oficina quedé sorprendida. Olía a documentos, a libros, a páginas leídas. Una biblioteca ocupaba toda una pared del recinto. Un mapa de Perú, bastante detallado, otra pared. Su computadora y su escritorio miraban hacia una ventana desde donde se contempla toda la Universidad de Leiden.
Aquella primera cita estudiante-profesor, Adelaar empezó a hablar con pasión acerca de todos sus viajes por la sierra del Perú. Parecía que no hablaba mucho (no encontraba con quién, seguro) sobre su experiencia. Me señalaba con el dedo los pueblos andinos por los que pasó en su juventud en busca de lenguas extintas. Unos viajes por el departamento de Moquegua detrás del Puquina y otras por Cajamarca y La Libertad, del Culle y el Cholón.
Una de las historias que más conservo de Adelaar es la del Marañón. Adelaar fue en busca de hablantes del Culle, un idioma andino hablado hasta el siglo XIX en el Perú, por cierta región cerca al Marañón, al sur de Cajamarca. Para encontrar algún hablante el profesor tuvo que subir la cordillera, luego bajar al Marañón, cruzar el río, y después subir otra cordillera y seguir caminando. “Allá las distancias no son las mismas que acá”, me decía y reía: “Uno tarda horas en llegar de un pueblo a otro”. El cariño con que contaba sus relatos era de una riqueza singular: adelaar parecía revivir el pasado, caminar con la imaginación los viejos senderos, recordar las caras, vivencias, buses, paisajes, aquella intuición y amor que lo llevó a estudiar los idiomas de los Andes.
Las clases con el profesor Adelaar son clases de un feedback absoluto. Esa timidez de mis primeros encuentros con este profesor, se desvaneció para dar paso a la pasión por los Andes, que fluía por las venas de este profesor. Era como verlo salir del cascarón de la timidez: como un renacimiento, como encontrar a un ser apasionado escondido entre el montón, como hallar la piedra filosofal a tantos años de “geniecillos dominicales”. Con Adelaar (un holandés, recalco) volví a las raíces de la historia de mi país y conocí aquello que en el mismo Perú no conocemos: el patriotismo (y a la distancia).
3
Una mañana recibí un email de un amigo mío que estudiaba lingüística en la Católica del Perú. Me preguntaba si yo conocía a un profesor llamado Willem Adelaar. Pues, él había leído un artículo de este profesor. Yo le dije: “¡claro, es mi profesor!”. Mi amigo se emocionó tanto que me dijo: “ese tipo es reconocidísimo, el maestro en lenguas andinas junto a Cerrón-Palomino”. Yo nunca había oído hablar de Cerrón Palomino y yo no sabía que Adelaar (aunque lo intuía) era tan reconocido.
Para mi mentalidad peruana , la gente reconocida siempre tiene aire de grandeza (qué tristeza, así piensa la mayoría en el Perú). Adelaar era lo contrario: una persona que llegaba en bicicleta a dar clases, que se sentaba en el comedor universitario a almorzar, que se presentaba como una persona tímida, como si no quisiera ser puesto al descubierto. Yo no lo podía creer: no podía creer la suerte que tenía de tener un profesor como Adelaar, y encima que me diera clases a mí y a mi compañera española (buen dúo). Lo tenía para mí sola, practicamente (y aprendí a ver a los Andes desde el punto de vista español, qué riqueza). Era un lujo que me ofrecía Holanda-Leiden-un-país-extranjero, de tener a un maestro de maestros frente a mí (y yo sin saberlo).
Después del curso de Andes fui al Perú a hacer la investigación para mi tesis. Mi tesis abordaba un tema diferente a las clases de Adelaar, estaba dedicada a la literatura. Pero yo me ofrecí a hacer una investigación para Adelaar en la sierra de Piura. Independiente de la investigación que hice, conocí a la gente de lingüística de la Universidad Católica, a Cerrón – Palomino, el otro maestro en lenguas andinas, a quien una tarde fui a visitar. De frente me preguntó por Adelaar. Yo le dije que Adelaar estaba muy bien, dedicado al puquina y a los idiomas amerindios.
-¿Tú crees que Adelaar quiera venir al Perú al próximo año en agosto? –me preguntó.
No cabía duda que Adelaar se moría por venir al Perú, hacía quince años, creo, no había pisado suelo peruano, y recordando sus clases: Adelaar era un apasionado.
-Profesor Cerrón. Por supuesto, Adelaar tiene que venir.
-Entonces, voy a hacer los trámites para invitarlo a un congreso.
4
Agosto del 2007. Me acabo de graduar. Estoy montando bicicleta por Leiden, yendo a la Universidad. Me encuentro con Adelaar, también en su bicicleta. “Profesor Adelaar, ¿cómo le fue en el Perú?”. Adelaar sonríe muchísimo. Su rostro brilla de la emoción. Nunca lo he visto tan contento.
-Tuve un tiempo muy lindo en Perú –dice con muchas ganas, con la mente puesta en nuestra conversación y en el Perú.
-Qué bien profesor, y ¿cómo estuvo?
-He hecho muchas cosas, visto mucha gente.
-¿Sintió el terremoto? –pues, en Lima acababa de haber un terremoto de 8 grados en las escala de richter. Quizás una estúpida pregunta.
-Tuve suerte. Yo me fui de viaje a Chanchamayo y no lo sentí; pero días antes estuve en Pisco, en la iglesia de Lurín que se cayó con el terremoto.
-Uy, profesor, qué suerte tuvo.
-Sí, felizmente. Pobre gente.
Me quedo callada, lo miro. Le digo:
-Se le ve muy contento.
Se sonroja, sonríe y me dice:
-Me han dado un Honoris Causa -sonríe muchísimo y se sonroja más-: Una sorpresa. La San Marcos.
“¡Qué orgullo, carajo!”, pienso.
Sonrío doblemente.
-Qué bien, profesor. FELICITACIONES. ¡Qué alegría! -que reconozcan a Adelaar, por fin.
-Fue una sorpresa muy linda, no lo esperaba -me dice.
Después de conversar sobre otras cosas más, Adelaar y yo (con ganas de seguir hablando) nos despedimos. Él se va con su bicicleta a la Facultad, yo con mi bicicleta a la biblioteca. Me quedo pensando en él. Un Honoris Causa que anda en bicicleta y no le gusta ponerse al descubierto. ¿Puede alguno creer eso en el Perú? Nosotros tenemos necesidad de mostrar nuestros títulos universitarios para decir: mira, somos alguien. Pero hay otros que son diferentes y no necesitan decirlo, simplemente lo son.
***
Adelaar es un profesor de lujo que asume con distancia sus investigaciones, sus interpretaciones y además sus conclusiones. No mete su opinión en temas tan delicados como la extinción de ciertas lenguas antiguas. Adelaar es para mí uno de esos viajeros que en busca de sus lenguas antiguas encuentra la riqueza del conocimiento y la sabiduría. A este profesor lo encontré de casualidad, sin búsqueda ni pretensión. Adelaar significa “águila”, y en este caso no se trata de un ave rapaz sino de un ave que recorre las montañas como las águilas andinas , en busca de lo extinto, lo casi acabado para hacerlo renacer. Un apasionado.
estos últimos días estuve revisando mis historias por la sierra de Piura. pronto publicaré unas cuantas aventuras relacionados a las montañas. este vídeo lo encontré en youtube. es interesante ver cómo se realizan esas ceremonias. alguna vez estuve allí, en esa laguna, La Shimbe.
Desde la sierra de Piura, uno de mis rincones favoritos, se puede ver la costa. Algunas veces está taponado de nubes, como en esta fotografía. Recuerdo aquella vez que mi hermano y yo fuimos a Las Pircas, una meseta andina en la región. Hermoso Paisaje. Nos sentimos en la cima del mundo, contemplando desde los 3000 msnm a nuestro querido desierto de Sechura. On top of the world. ¿Lo pueden imaginar?
Muchos asocian Piura con la costa, pero como casi todos los lugares comunes tiene su zona misteriosa y casi desconocida. Canchaque, por ejemplo, es un hermoso lugar para la aventura, sobre todo para la bicicleta de montaña. Selva en plena sierra occidental. También Pacaipampa, lugar para el trekking. Si algún día quieren alguna información sobre los mejores lugares de esta zona, no duden en dejarme un comentario.