jueves, noviembre 03, 2016

Despertar en Cusco


La madrugada de un sábado de enero llegamos a una calle en el centro del Cusco llamada Ataúd. En la parte más alta hay una casa vieja con un zaguán y puertas de madera. Es una casona antigua con varias habitaciones, tres perros y una familia generosa, que alquila habitaciones a los turistas y los viajeros empedernidos como yo a ocho soles. Bastante barato para un mochilero. El hospedaje se llama Ataúd.
Aquella mañana habíamos llegado de Arequipa muy temprano. "¿Dónde nos vamos a alojar?", preguntó mi hermano. "En el Ataúd", le dije, Me había quedado dormida en el bus desde la noche anterior. Cuando desperté alivio de madrugada, ya estábamos en el Cusco. Moría por caminar por sus calles, beberme un mate de coca, sentarme en su plaza, tomarme jugo en el mercado y subir a Sacsayhuamán; La ilusión era tan grande que no tuve reparo en coger la mochila y subir las enormes cuestas de la ciudad. Sólo quería divertirme y disfrutar del aire en esos cinco días en el ombligo del mundo.
Eran las seis de la mañana, dejamos nuestras cosas en El Ataúd y nos encaminamos hacia la Plaza de Armas. Era un espectáculo verla vacía, sólo con gente que iba al trabajo. Estar de nuevo allí frente a la Catedral y a la Iglesia de la Compañía era un despertar de los sentidos. Caminamos por sus portales, detuvimos la mirada en cada tienda, admiramos cada vitrina, piedras perfectamente pulidas que encajan una con otra. Algunas mujeres caminaban en polleras por sus calles. Los restaurante estaban cerrados, sólo algún quiosquito o tienda abierta con olor a periódico. Horneaban pan fresco. Olía a albahaca.
El mercado del Cusco queda cinco cuadras más arriba de la Plaza. Hay que cruzar otras dos plazas, un colegio y un portal con motivos coloniales, para llegar allí. Algún lustrabotas ya nos ofrecía sus servicios. Un viejito tocaba su flauta andina en una calle empedrada, con paredes de piedras incas. Metros más allá, el mercado abre sus puertas a los primeros compradores. Es un recinto rectangular de techo de calamina y ventanas de fierros verdes, habitado por vendedores de cuyes frescos, mujeres preparando jugos y viejos leyendo la hoja de coca.
Mi hermano y yo buscábamos a las jugueras; ellas estaban en fila, con mandiles celestes y guindas, licuando mangos, papayas y granadillas, con zumo de naranja y limón. El bullicio de la madrugada entre los vendedores nos llevó por un pasillo de abarrotes y maíz, terminamos sentándonos en un puestito de venta de café y mates con ricos sánguches de queso y huevo frito. La mujer que atendía hablaba quechua, rimanallan mamay, nos reímos un rato con ella y después fuimos a la feria de Túpac Amaru a averiguar precios de trenes y tickets para Machupicchu. Días después saldríamos para el valle.

***

La vida en el Cusco es cara, no cabe negarlo. Si uno tiene cara de gringo es más caro aún. Pero si uno es peruano y gringo a la vez, miras las diferencias. Yo soy así, una gringa peruana, mi hermano también. En lugares turísticos confundimos a la gente. Al final, todo sale bien.

Al mediodía comimos nuestros chichirimicos en el balcón de un restaurante en la calle Procuradores. Una recatafila de vendedoras de menús nos empujaban como sea a sus restaurantes. Habían vegetarianos a veinte soles, pitucos a treinta o más, la única que nos convenció era un menú de a diez en un restaurante con balcones que miraba a la calle. Era el menú más barato de toda la cuadra: un chupe de maíz, tallarines rojos y refresco, sentados bajo el sol serrano con límpido cielo azul. Desde allí se ve la Iglesia de la Compañía interrumpido por unos cables de electricidad que cruzan la calle desde los techos. Desde allí vimos cómo un lustrabotas atrapó a un gringo y le cobró veinte soles por pasarle el trapo a sus zapatillas recién bajadas de Machupicchu. Felizmente puso orden una mujer policía que le preguntó al gringo cuánto le habían cobrado. Le habían estafado, le dijo; la policía le pidió al canillita que le devuelva la plata.


***

Subir a Sacsayhuamán es trepar la calle más empinada del Cusco. Dos años atrás la coronamos en el carro de un amigo que llegó con las justas hasta la punta. Nosotros caminamos con una mochila y el paraplú de nuestra madre. En Arequipa estaba lloviendo en las tardes, alguien nos previno que en el Cusco estaba lloviendo más aún. “Lleven el paraplú”, insistió mi madre. Paraplú, sí, es una palabra francesa, significa paraguas. El bendito objeto terminó siendo un personaje durante nuestro viaje. 

Seguro en Machupicchu llovería, pero en el Cusco hacía más calor que en Arequipa. En la subida a Sacsayhuamán nos agarró la sofocación y la agitación por el sol y la altura. Llegamos agotados al bosque de eucaliptos, sin antes pasar por una caseta de control que quería cobrarnos la entrada al complejo arqueológico, costaba setenta soles.
Los bosques de eucaliptos son imponentes. En filas casi perfectas, los troncos de los árboles cubren del sol y protegen del viento. Desde allí se ve la ciudad del Cusco extenderse en todo un valle de cerros rojizos. Caminamos a los restos arqueológicos de Qenqo, una enorme roca con un altar dentro de una cueva. No tuvimos éxito, otro guardia nos detuvo. Nos pidió los tickets de ingreso. Los cusqueños suelen ir a ese complejo arqueológicos a jugar el fútbol, montar caballo y hacer picnic los domingos. Ellos tienen la entrada gratis con salida asegurada.
Pero qué le suceden a los peruanos como mi hermano y yo, de escasos recursos económicos, que también quieren ir a visitar el corazón de la cultura incaica. Nosotros caminamos a Sacsayhuamán con la ilusión de tocar las imponentes piedras de aquella fortaleza inca, de sentirnos pequeños al lado de aquella civilización que se perdió del mapa sin dejar rastro. La sensación es extraña porque eres testigo de una cultura que se perdió y hoy constituye nada más que un recuerdo melancólico y una forma de manipulación, también, por la clase política y las instituciones culturales de nuestro país.

-Su entrada, por favor –se acercó a nosotros un muchacho joven con tickets en la mano, antes de que ingresemos al complejo.
Nosotros estábamos dispuestos a pagar la entrada. La última vez costaba veintiocho soles. Pero siempre existe un sentimiento de querer ingresar libres, por ser peruanos, por formar parte de la cultura de nuestros ancestros.
-Cuesta setenta soles, señorita.
Ya habíamos estado varias veces en Sacsayhuamán.
-Somos peruanos, señor.
-Cuesta igual, señorita.
-¿El mismo precio para todos?
-Sí
-¿Y los cusqueños?
-Ellos entran gratis, es domingo.
-¿Y no hay entrada sólo para Sacsayhuamán?
-No señorita. Tiene que comprar o el parcial o el general.
Qué mala suerte. No teníamos suficiente plata en la billetera. ¿Si sacsayhuamán costaba tanto dinero, cuánto estaría Machu Picchu?
Descendimos la cuesta tristes por no tener acceso libre. Los gringos enseñaban sus tickets, los cusqueños jugaban al fútbol y nosotros sin poder entrar. Volvimos a la calle Ataúd con la ilusión de partir al día siguiente al Valle Sagrado y Machu Picchu. Estábamos con pena el bolsillo.




Susana Montesinos 
Leiden, enero de 2006

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Aún nos queda pendiente un viaje... Sigue así Su, que llegarás a ser más grande.
cys

Mamá de 2 dijo...

:) difrútalo todo! un abrazo, amiga!

CÉSAR CASTILLO GARCÍA dijo...

Acabas de matar mi ilusión de irme a vivir a Cusco. Adoro Trujillo, sus cafés y sus mozos -que se saben la vida de tutilimundi-, las conversaciones con los escritores y poetas Trujillanos, los menús familiares de S/. 3.5 o ejecutivos -en el D'Marco o en el Romano- de S/. 7.0, incluso a las bellas doncellas trujillanas, que cuando te conocen, lo primero que miran es la marca de tus zapatos y de la camisa que usas. Pero Trujillo ya no es un lugar para vivir. Hay mucha violencia, y no puedes salir a la esquina de tu casa sin ver quién está detrás, adelante y a tus costados. Hay asesinatos todos los días, se ha vuelto tierra de nadie. Adoro Trujillo, pero le tengo temor. Ahora estoy en Cajarmarca y quiero residir aquí, aunque la idea, a largo plazo, era llegar al Cusco y establecerme definitivamente ahí. Claro, no sin antes darme saltos esporádicos a Lima para visitar a mis entrañables, comprar DVD's musicales en Polvos Azules, disfrutar de su particularísimo ambiente cultural, y porsupuesto, visitar las mega plazas con mi arco y mi carcaj. Aquí en Cajamarca el costo de vida es un poco más alto, pero se puede costear. Al margen de ello, lo mejor de Cajamarca es su paisaje, los bosques pinares con su delicioso aroma. Los fines de semana ése es mi vacilón. Salir a los bosques, estar solo, respirar el aire puro aromático saludable y leer un libro o escribir poemas. Estoy en mi salsa. Aquí la gente es noble, medio sorda y un poco lenta en sus razonamientos, pero buena. La lluvia es abundante pero deliciosa, muy diferente por ejemplo a la lluvia de Trujillo, que es ligera pero pesada, insoportable; supongo que en Lima debe ser igual. Aquí hay una heladería que se llama Holanda, es un local antiguo y tradicional (como sería en Trujillo la heladería El chileno), y sus paredes son de color naranja y están tapizadas por afiches con motivos de las ciudades holandesas. Cuando voy, recuerdo que estás ahí, en una de esas ciudades; me siento junto al afiche de Amnsterdam y pido un café helado. Delicioso; es un café cubierto por un sabroso helado de pisco (o de cualquier otro sabor a tu elección)en una tacita naranja con bordes blancos y verde olivo. Primero leo El panorama cajamarquino y luego El comercio y finalmente pido la cuenta. La cuenta la traen en un bonito recipiente similar a la zapatilla (o sueco) de una bella holandesa. Me levanto de mi silla anaranjada y dejo el recipiente sobre la mesa anaranjada con bordes verde y blanco. Y regreso a casa a sentir mi soledad, leer algún cuento de horror o fantástico y quedarme dormido. Como en un sueño, aquí los montes son fértiles, la tierra es fértil, vivo cerca de las fincas donde preparan el manjarblanco, la natilla, el queso y las rosquitas, uff. Y a veces las visito. Hay pequeños lugares donde te ofrecen comida, chicha de jora, diferentes carnes y productos en base de leche. Pido mi cerveza y mi porción de frito de chancho. Cajamarca es el único sitio donde comería carne de cerdo, porque aquí, sé y veo, se alimentan sólo de pasto fresco y fosforescente de lo saludable que es. Las vacas son fuertes, gordas y hermosas. Al ver sus ubres rosadas y voluminosas te apetece tomar leche. Pero prefiero el yogurt. Y pido otra Cerveza.

CÉSAR CASTILLO GARCÍA dijo...

:)

Anónimo dijo...

Hermanita, escribes demasiado bonito y tan real que me causa emocion de tan solo leerlo.
Extraño ese viaje y te extraño muchisimo ati.te quiero mucho
daniel

Unknown dijo...

Que lindos cuentos, que lindos comentarios, me gusto mucho leerlos, por que mi sueño tambien es vivir en Cusco, o lo mas parecido, comprar una casa grande, estilo colonial, pintarla de blanco todo y poner un bar en la parte delante para tocar blues, rockabilli, chacareras y toda aquel ser vivo de buen corazon que ame la musica,el arte( sera bienvenido), tambien un laboratorio en el sotano para preparar brevajes ( soy alquimista) y campo o chacra rodeando la casa para sembrar lechugas y zanahorias y tambien 2 vacas para la leche fresca y gallinas para los huevos.... tambien pense en una tienda llamada " moon shop " donde se vendera productos naturales magicos artesanias y cosas parecidas..... y viivir ahi tranquilo y haciendo musica y dando clase en la facultad en la especialidad gas( que eso hago),,, muy lindos sus ocmentarios chicos, cuando vaya a Cusco a comprar la casa bar, antes pasaré por el "ataud". pienso que ahi encontrare buenas ideas de donde poner el bar...bueno un fuerte abrazo para todos que gusten de esta pagina ..que esten bien ¡¡¡¡

kALA Makera dijo...

Qosqo, ombligo del mundo, ciudad mágica, es uno de las ciudades donde me gustaría vivir por una temporada, digo temporada pues conociendome mi vida será como lo decía El Gran Maestro Facundo Cabrajal, NO soy de aki ni soy de alla, soy solo un aymara que busca vivir en libertad. Por eso chicos al leer estos comentarios ustedes me hacen soñar, pues la vida es un sueño como dijo alguien muy conocido, ya me acorde Calderon de la Barca. He tenido una infancia de pelicula en un aldea por que no es un pueblo llamado asquicha alla en puno, cerca a ilave, mi abuelita a kien decia mamaita tenia una baquita blanca de cuernos pequeños y muy torcidos, esa vaquita nos proveia de leche kee leeche !!, iba con mis primos a sacar pescaditos al lago, a buscar los huevos en los totorales y mientras mi mamaita hacia las papas cocidas, hervia la leche, OHH K GENEROSO DESAYUNO, ahora vivo en lima buu buu , pero no me arrepiento pues algo he aprendido pero cuando vuelvo al campo aprendo mas, a vivir en armonia con la naturaleza a eso yo te llamo modernidad, por eso yo tambien como ustedes chicos sueño un tiempo vivir en el cusco, en el campo, ir a la plaza tomar sol, leer un libro, o simplemente pensar. Y en ese transito me gustaria ir a un pueblito para aprender quechua y yo poder enseñar a los niños algo de lo que aprendi a los niños, seguro que no será mucho pues de ellos tengo infinitas cosas que aprender, me gustaria seguir escribiendo lo haré otro día pues ahora espero a un buen amigo, tomaremos un vino, hablaremos de esto talvez seguro regresare con mejores ideas, hasta la vista baby como dicen mis paisanos de los uros (isla flotante del lago titicaca)

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