jueves, octubre 17, 2013

Esta historia no se acaba nunca

Llevo varias semanas leyendo París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas. Me lo compré en París en una librería de libros en español de la Place Saint-Michel, en la que un señor entrado en años me pidió que lo ayudase a buscar a Pablo Neruda. Era un señor muy buena gente que me preguntó si hablaba español y en medio de esa labor detectivesca, nunca encontré a Neruda, pero sí al catalán.

El libro se titulaba París no se acaba nunca y minutos antes de encontrármelo en las estanterías, mientras paseaba por las calles de barrio latino pensando que sin duda París era una ciudad inacabable, encontré el título de un libro que alguna vez había pensado escribir (a mi estilo,claro).

Y claro, a pesar de no llevar mucho dinero en el bolsillo, me lo compré con todos mis centavos.

Y tardé cuatro semanas en leer el libro.

El lector seguro se preguntará ahora por qué habré tardado tanto en leerlo. Quizás porque es de esos libros que uno no quiere dejar nunca -y no se acaban nunca- y que contienen un delicioso sentido del humor y varias anécdotas de la vida de Hemingway, Marguerite Duras, entre otros autores, y además las experiencias del aspirante a escritor -Vila Matas- que cuenta cómo se fue a París a escribir su primera novela en los años setenta en una buhardilla de Marguerite Duras. Y fue pobre y no fue feliz, contrario a Hemingway.

¿Y por qué hablo ahora de ello? Porque nunca supe definir a ciencia cierta qué era la ironía, y sin saber aún cómo describirla, un día sentada en el andén de una estación de ferrocarriles holandesa, escribí este texto en la última página del libro. No me gusta que los textos se me escapen, por eso lo publico ahora, y por eso también lo escribí en la última página del libro. 

"La ironía nace sobre todo cuando uno está en un estado de hastío, en el que no le importa nada de nada, ni siquiera un helado o un paseo por el bosque o un viaje a París en tren, y la vida le parece tan gris como esta tarde de lluvia en Holanda, gris gris gris, como el cielo panza de burro de Lima. Y entonces uno se da cuenta de que necesita de una medicina que relativice las cosas, de aquello que le dé buena cara para enfrentar el resto de los días. A veces hay que llamar a la ironía, es la única manera de hacer sonreír a la tristeza. Caricaturizar las cosas, caricaturizar la vida, nada más delicioso que eso".

No es que ande triste, no señores. Sólo transcribo ese pensamiento que apunté en medio de una tormenta en la última página de un libro de Vila-Matas. 

Y no quiero que París se acabe nunca, porque para mí París no es sólo una ciudad, sino también un mito, y eso me mueve a seguir escribiendo página a página todos los días aunque me salga a medias y tarde más de cuatro semanas.

sábado, octubre 05, 2013

Mi buhardilla roermondina



A RAÍZ DE mi último post muchas personas me han preguntado qué es una buhardilla. Yo les respondo directo, les digo que es un ático en una casa antigua europea, traída a la fama por varios escritores franceses, norteamericanos y latinoamericanos del siglo XX. Claro, todo aspirante a escritor, incluido Vargas Llosa en sus tiempos juveniles, quería llegar a París a vivir en una buhardilla, en esos espacios pequeños con el techo inclinado en un último piso. Pero debo admitir que así como varios escritores soñaron con vivir en una buhardilla, entre ellos Vila Matas, el escritor catalán, como Hemingway en París, yo nunca imaginé 'tener' una buhardilla. Y sin embargo, la vida es así, te la da de pronto, y sin querer terminé 'escribiendo' aquí.  

Todo empezó cuando me mudé después de varios años a una ciudad al sur del país. Vivía en una habitación tamaño caja de zapatos de la ciudad de Leiden, al norte de Holanda, estudiando un curso de literatura, y una tarde de primavera decidí empacar mis cosas y cambiarme a otra ciudad más pequeña y a lo mejor menos enigmática. Llegué aquí con el propósito de ver cómo me iba. Sin querer aterricé en un pequeño departamento antiguo del centro de la ciudad, en un edificio, que de por sí, podría estar infestado de ratones, pero no es así. 

Cuando llegué aquí disfruté de la luz que tenía el apartamento y la persona con la que vine a compartir el piso me dijo que había una puerta secreta. ¿Una puerta secreta?, le pregunté. No lo podía creer.

La casa tenía una cocina, un pasadizo pequeño, dos dormitorios y una sala amplia que daba a la calle y que tenía algo que es muy valorado aquí, ventanas grandes. Y en medio de todo eso, esa puerta misteriosa por la que muchos de mis invitados se terminarían perdiendo en busca del baño, la puerta al ático de la casa. 

Debo decir que el ático de esta casa es tan grande como el departamento, pero es tan vieja que cruje por todos lados. Cada persona que me viene a visitar me pregunta ¿y los ratones? Otra amiga que se quedó a dormir una noche dijo ¡aquí hay fantasmas! Tiene tres ambientes, uno es nuestro taller de bicicletas (unas diez, incluida una tandem), otro es el tendedero y la despensa, y el tercero es mi buhardilla. Sí, así como le llamo, mi buhardilla / estudio / ático con una alfombra de paja, una cama y dos estantes pequeños de libros, míos claro, los otros están en la sala. 

La primera vez que la vi dije este es el lugar ideal para escribir, pero estaba tan, pero tan desordenado. Era un muladar de cosas, entre ellas objetos como raquetas de tenis, zapatillas, patines de hielo, ropa y muchas cajas con papeles y guías de bicicletas, y muebles viejos empolvados en una esquina. Así que me decidí a ordenarlo y darle mi propia tinta. 

Pero así como en la vida todo puede ser idealizado, la buhardilla tiene un problema, por lo menos la mía, no sé cómo habrían de ser las otras, las de Hemingway, Vila-Matas, Vargas Llosa. En la mía hace un frío polar en los inviernos, que te congela hasta la médula y la punta de los dedos. No tiene calefacción, así que el mejor momento para escribir es en primavera y en verano, cuando entra el sol por las mañanas por una pequeña ventana que me calienta delicioso. 

De día es un lugar ideal para escribir, y de noche el silencio es tan lapidario que uno puede terminar metido en sus ficciones fantasmales y alucinar personajes del ciberespacio. 

Esta es la misteriosa buhardilla, de la que hablé en mi último post. Espero que tengan ahora una mejor idea de ella, esa señorita mía en la que escribo cuando hace buen clima y que está un poco carcomida por el tiempo, mi buhardilla roermondina.


miércoles, octubre 02, 2013

Un día como algunos otros

Qué difícil es encontrar la inspiración.

Hoy es uno de esos días con nubes grises en la ciudad, poco fértiles, insanos y fríos. Pero uno tiene que trabajar, ser perseverante en lo que se ha propuesto, y esa constancia que intento meterle cada día a mis textos desde mi buhardilla roermondina, así se llama, se diluye con los cambios de clima.

Miro desde aquí la calle de afuera y no sé exactamente qué actividad hacer. ¿No les suele suceder? Llueve un poco, sopla el viento. Tantas cosas me distraen que pierdo el enfoque y termino metiéndome al internet para ver si fulanito o menganito me ha puesto un like en mi último status.

Y me doy cuenta después de una hora de que estoy perdiendo el tiempo.

Entonces, intento otra cosa para encontrar la inspiración. Preparo la máquina del café con un senseo bien cargado. Desde hace días que quiero dejar de tomarlo (el café) pero con el clima así es imposible, quiero un café. Y cambio de estrategia. Me siento en la banca a leer un libro bajo la luz del sol y termino quedándome dormida.

Esta mañana no tengo ganas de leer ninguna letra, y me tomo el café de un tirón y me siento mal por no haber leído ninguna letra del clásico que estoy leyendo  y me levanto del sofá a apuntar otra idea acerca de la inspiración. Trato de escribir algunas líneas, pero claro, en esta mañana tan extraña no llego a encontrar mis palabras.

Así me desconcentro de mi viejo oficio (que he practicado poco los últimos años, he de confesar). Escribir es trabajar sentado varias horas cada día hasta que salga el texto, pero hay días como hoy en los que no sale nada. Y agarro un libro, luego otro y otro, hasta aburrirme de leer comienzos que después apenas recordaré.

Y miro la ventana que da a la calle otra vez. Afuera las tiendas están cerradas pero hay vida. Un carro arranca su motor, gente se saluda en la calle, ¿y a dónde quiero llegar hoy? Me lo pregunto asintiendo con la cabeza. Tengo todo un programa abierto. ¿pero la inspiración? qué difícil encontrarte, amiga. En algunas horas tendré que dar clases, y me tomaré un café, luego otro, hasta que venga la tarde, y quizás después de muchas horas encuentre a esa musa en el momento menos apropiado, como por ejemplo, leyendo el periódico en el baño.

Y después diré que me olvidé de este episodio.


PiErDo PAísEs

Borro fronteras - Viajo para conocer mi geografía