lunes, enero 09, 2017

La lámpara de Aladino


Hace algunos días entré al consultorio de mi coach -pues sí, tengo una coach como casi la mayoría de mis conocidos-, a punto de reventar del delirio. No sabía exactamente qué era lo que me pasaba. No entendía qué era lo que se cocinaba dentro de mi cuerpo fértil lleno de magulladuras. Sentía una tensión difícil de describir, de aquellas tensiones que llevan al galope al corazón y a las sienes a sentirse aprisionadas y al pensamiento a quedarse estancado allí. Llegué al consultorio de la coach con el corazón estancado.

Mientras montaba la bici en dirección a su consultorio analicé mi situación. ¿Por qué me sentía así? 
Este sentimiento es un sentimiento que suelo tener casi todos los inviernos holandeses. Que me priva en mi quehacer relajado tranquilo aparsimoniado de mis actos. No sé si es la oscuridad: aquí amanece a las 9:00am y oscurece a las 5:00pm; no sé si es al encierro al que uno -de alguna manera- está obligado a ejercer: quedarse en casa o dentro de la oficina sin salir a la calle (por el frío), o ese estrés tan holandés cargado en el ambiente.

Holanda es un país en el que me agrada vivir (en verano). pero como dice einstein o quién sé yo, un protón afecta a otro protón (y perdónenme si me equivoco, ustedes me entienden). Lo que quiero decir es que para mí Holanda es un país tan perfecto tan perfecto tna perfecto, que por más de que uno lo evite se ve afectado por ese estrés general que se vive en el ambiente. Ese estrés del que hablo significa: vivir acartonado a horarios, agendas, presiones sociales.


Una de las leyes del holandés común es: no perder el tiempo. Si tienes cinco minutos libres tienes que utilizarlos para hacer algo útil, sino lo haces eres un vago, un tipo que no se amolda al sistema. 

Por ejemplo, mi suegro. No sé cuántos años lleva ya jubilado. Siempre me pregunta: ¿Y qué has hecho hoy? Él siempre tiene un programa cada día: podar su jardín, el del vecino, el mío, el del señor de al frente, el de la señora en el Donderberg. Para él escribir es algo que no termina de entender, para él es una pérdida de tiempo.
Lo mismo para mi pareja: llamar por teléfono a un amigo al otro lado del charco y hablar con él o ella por más de cinco minutos es ya un tiempo desperdiciado. O un ejemplo más: si le digo que estoy escribiendo una novela, esa novela tiene que tener sí o sí publicarse (en eso tienen razón).  

Aquello de emplear correctamente tu tiempo, de forma útil, me obsesiona. POr más de que evito caer en el juego de esa mentalidad holandesa, me atrapa. Cada vez que tengo tiempo libre y no lo empleo correctamente me siento culpable. Creo que no soy justa conmigo misma. Me hace sentir mal, políticamente incorrecta. 

Volviendo al tema es que ese día llegué al consultorio de la coach y le expliqué todo esto que describo arriba. Analizamos mi situación de una forma cuasi perfecta. Sí, podría ser mi propia terapeuta, cómo no! Le hablé de mis deseos, de mis historias con la literatura, de mi alucinante encuentro con Varguitas, del retrato que pintó el acuarelista Luis Palao, de mis aventuras por los caminos de los Incas, ¿y saben ustedes lo que me dijo? 

No me lo van a creer. 

Que me compre una lámpara gigante que irradie la luz del sol !
y que me siente frente a ella todos los días!
porque me faltaba vitamina D! 

Jamás había imaginado que la coach vendría con esa solución. Para ella toda la solución estaba encerrada en una lámpara. Todo ese rollo existencial de sentirme nerviosa después de Navidad era facilísimo de resolver. COn una lámpara. Y no estamos hablando de una lámpara de Aladino,  sino de una lámpara con la luz del sol. 

¿Será que nuestro mundo anda loco de remate?

Me cuesta a imaginar a un africano inmigrante en holanda con el mismo problema, y que le digan: "cómprese una lámpara que irradie la luz del sol". 

En fin gente. Que el perfeccionismo termine de autoperfeccionarse. Yo sólo sé que quiero cantar Charly García: "Estoy verde, no me dejan salir"




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