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martes, abril 15, 2025

Orfandad, la pérdida de MVLl


Orfandad, nada más que orfandad, eso es lo que siento, pero también una sensación extraña de "no creerlo", la sensación de como quien vive colgada en un sueño. 

Mi hermano me previene en un audio de Whatsapp: "¿Estás preparada para la noticia?". Me siento al borde de la cama, me froto los ojos. El día está espléndido en Holanda. Me pregunto qué pasó, ¿a qué viene la advertencia? No tardo ni dos segundos en caer en que llegó el día menos esperado de mi vida. La muerte de Varguitas, del Sartrecillo valiente, del escritor que me puso de cabeza a mis doce años al guiñarme el ojo en su campaña a la presidencia en el año 1990. Mario Vargas Llosa, premio Nóbel de Literatura 2010. 

Abro la aplicación del diario El País, lo constato y sentada al borde de mi cama sabía que el día llegaría alguna vez pero no ahora, una noche del 13 o mañana del 14 de abril a este lado del hemisferio, dos semanas después de su cumpleaños número 89. De pronto ya no está y aquella idea de su ausencia entorpece mis primeros pasos, me sitúa en un contexto de irrealidad. Me lavo la cara y pienso: Cuánto te he querido Mario Vargas Llosa. Cuánto me has motivado a seguir el camino de esta vocación tan hermosa y a la vez sacrificada de la literatura. Cuánto me has enseñado, además. Has significado tanto en mi vida que me cuesta encontrar las palabras para describirlo. Orfandad, nada más. Y agradecimiento por su generosidad.

Vuela alto, Mario, en busca de nuevas aventuras.

A los 12 años le escribí una carta a MVLl un día después de que perdiera las elecciones de mi país, año 1990. A los pocos días recibí esta misiva tan tierna, como si fuera la de mi propio padre.



lunes, diciembre 22, 2014

Amor y literatura - Lila Azam Zanganeh

Uno de mis descubrimientos este año es Lila Azam Zanganeh. Una mujer joven iraní que vivió en Francia, en Londres, y ahora en Nueva York. Es la nueva voz de las letras estadounidenses, quizás la nueva voz de las letras mundiales. Habla más de cinco idiomas, entre ellos el español, y escribe tanto en inglés como en francés. 

Tuve la oportunidad de compartir con ella un encuentro de jóvenes en el Nexus Instituut en Holanda, antes de su conferencia "Amor y literatura". El Nexus Instituut es una de las pocas instituciones en este país de tulipanes que se dedica a promocionar la cultura con letras grandes desde todas sus disciplinas. Tiene invitados de la talla del escritor y crítico literario George Steiner; del violinista Joshua Bell, heredero del Stradivarius de 1703, que le perteneció al violinista Huberman y, entre ellos, la iraní, Lila Azam Zanganeh.

Lila Azam Zanganeh (LAZ) es una apasionada por Vladimir Nabokov, el escritor de origen ruso, famoso por su novela Lolita. Ha escrito un libro llamado The Enchanter: Nabokov and Hapiness. Nunca he visto a nadie con una pasión tan ardiente por la literatura ni por Nabokov. La conferencia a la que tuve oportunidad de ir se titulaba "Amor y Literatura". El título de su conferencia era tan general que podía caer en la atracción pero también en la banalidad. Me inscribí por el simple hecho de asistir, pues no conocía a LAZ. El año anterior había visitado el Nexus Instituut para ver a Mario Vargas Llosa, el Premio Nóbel de Literatura 2010. Dio una conferencia titulada “The Future of Humanism”, la traducción al inglés de su libro ensayístico "La civilización del espectáculo". Lamentablemente, la conferencia de MVLL no gustó a la mayoría de la gente. Muchos de los jóvenes asistentes dijeron que su visión pesimista del futuro de las artes no tenía lógica. “He is too old”, indicaron.

La conferencia de LAZ, fue todo lo contrario. La iraní tiene un carisma que llevó al auditorio a sentir sus palpitaciones, amores, íntimidades, como si fuese una vieja amiga que le viene a hablar a uno como le gusta a uno. Elevó al público al nivel de la pasión. No utilizó ni papeles ni frases hechas. Citó a autores de la talla de Leon Tolstoi, Marguerite Yourcenar, con un conocimiento impresionante, como si los hubiese leído la noche anterior. Además, su estilo informal de llevar la conferencia, a la que se le llamaría de postmodernista, contraria a la solemnidad de la conferencia de Vargas Llosa en la que el público estaba prohibido de hacer preguntas, le dio una simpatía y acercamiento como ninguno.

Creo que hoy en día hace falta aquello que llamaría “el acercamiento del artista con su público”. Creo que la informalidad de LAZ permitió al auditorio sentirse partícipe del proceso de creación, a aquello que llamamos cultura como arte, término de por sí difícil de delimitar. Hace falta ese tipo de iniciativas en el mundo de hoy, en el que se acostumbra a ver al creador como un ‘dios’ intelectual, intocable, impalpable, inasequible, difícil de acceder. Hace falta acercar el receptor al creador, no sólo al mensaje. Creo que esa sería una de las principales tareas de quienes se dedican al arte de escribir, pintar, moldear, fotografiar. Hacer que el público se involucre con sus ideas, que se sienta un creador dentro de la misma obra de arte

Su  conferencia versó sobre cómo la literatura es el primer amor del ser humano. Nosotros somos narradores de historias por naturaleza, a pesar de vivir en la era audiovisual en la que se especula la desaparición de los libros y los periódicos en papel. Nunca jamás, por más de que ciertos conocidos míos digan que “la gente no lee”, desaparecerá nuestra capacidad narrativa, aún menos la creatividad. Siempre querremos contar historias del día a día, nuestro vademecum, nuestros viajes, las anécdotas del día a día, las historias de familias, los desgraciados, los chismes de la ciudad, aquellos relatos que le dan vida a la vida misma, y que la hace más interesante y rica, además. Sin aquellos relatos, la vida no tendría sentido, entraría en el absoluto aburrimiento. No tendríamos ni sal ni pimienta. Ningún sentido.

Ver a Azam, además de lo asequible que es, ha sido lo mejor de este 2014. Leyó párrafos de First Love de Turgeniev. E hizo hincapié: La belleza del lenguaje es capaz de hechizarnos. Un extraordinario encuentro que me dio luces, y sobre todo esperanza. La esperanza de que el mundo tiene posibilidades gracias a la literatura. La literatura como objetivo, fin, cariño, amor, pasión, para olvidar las guerras y llevar a un mundo más llevadero en estos tiempos del internet, facebook, envidias, peleas, agendas recargadas, sin tiempo. 

La filósofa alemana Ariadne von Schirach, otra invitada del Nexus Intituut, dijo: "Books are agents of empathy. Books are perpetuators of human nature". Es cierto, suena idealista. LAZ supo cómo ganarme y convencerme de que hay esperanza en el mundo que me rodea, y que el cambio (o la continuidad) está en cada uno de nosotros. Nosotros somos los agentes para que la cultura o la literatura no desaparezca. Para que ni Dostoievsky, ni Camus, ni Flaubert queden en el olvido. Sólo nos queda creer y transmitirla de generación en generación. 

Aquí les dejo una entrevista realizada a la autora por la Revista de Letras. 
http://revistadeletras.net/lila-azam-zanganeh-escribir-el-encantador-ha-sido-como-bailar-un-tango-con-nabokov/

domingo, agosto 25, 2013

Día domingo (diarios)

Este domingo está un poco lluvioso en mi ciudad. Desde la ventana de mi dormitorio escucho el tintineo de las gotas de agua caer sobre los techos de las casas. Decido tomarme el día con calma y no sentirme obligada a montar bicicleta (mi hobby más sano) o a escribir la historia que estoy escribiendo (disciplinada), sino simplemente a limpiar la casa, prepararme un desayuno rico en proteínas y tomar el tren más tarde a Amsterdam. 

Hoy es domingo y me lo tomo con calma porque además está lloviendo y entro como siempre a la web del diario El País y leo las noticias -que esta vez siguen con los dramas de Siria y Egipto-. Me encuentro con un texto del Piedra de Toque de Vargas Llosa sobre el narcotráfico en latinoamérica, y otro del Praga de Kafka, un especial de Babelia y otro sobre el club de los libros interminables. 

Y pienso en toda la gente que como yo tiene un día domingo y hace las cosas que más les gusta o aprovecha para visitar a los amigos o a los parientes. O en hacerse un masaje. 

Pero este domingo tengo un pendiente, un libro de Haruki Murakami de setecientas páginas de ancho y que empecé a leer hace tres semanas y se llama "Kafka en la orilla". El libro en sí no es malo, pero estos últimos días me ha llevado a experimentar el aburrimiento y a preguntarme a mí misma "¿por qué leo este libro?". De tan pesado y largo y con una prosa limpia que me hunde en el marasmo he tenido que leer otras cosas al lado de "Kafka en la orilla" para sentirme con vida, como por ejemplo, El Adversario de Emmanuele Carrere o El novelista ingenuo y sentimental de Orhan Pamuk, extraordinarios textos. 

Yo siempre he tenido la creencia de que abandonar un libro a la mitad es 'casi' de mala suerte. ¿Y por qué? Porque a lo largo de mis años de estudio siempre escuché decir esto a la gente, a los críticos literarios, los periodistas, los literatos siempre me preguntaban con cara de inteligentes, entre sarcásticos y sabelotodos: ¿Que? ¿no has terminado el Ulises? ¿La Ilíada? ¿La Odisea? Recuerdo que alguna vez empecé a leerlos hace miles de años y que nunca pasé de las primeras páginas. Y este deber de me opaca.   

Pero volviendo al tema de los domingos. Este domingo he decidido terminar de leer a Murakami, sin embargo, -ese maldito sin embargo que siempre aparece en mi vocabulario- ahora que viajo en el tren a Amsterdam veo que lo he olvidado y que por eso escribo este pequeño texto para Pierdo Países, mi blog medio abandonado, y me pregunto mientras miro los campos de cultivo holandés por la ventanilla del tren: explanadas verdes y planas rodeadas de canales de agua y adornadas con vacas que se rascan la panza, si hay otras personas que como yo los días domingo se lo pasan leyendo un buen texto o intentando hacerlo sin ganas o visitando parientes o relajándose con un masaje. Yo me doy cuenta que peco de olvidadiza y que tengo otro pendiente para esta semana por culpa de este lluvioso día domingo. 

miércoles, agosto 24, 2011

Mi primer amor *



            Todo empezó cuando a mis doce años decidí escribirle una carta a Mario Vargas Llosa. Era 1990 y él acababa de perder las elecciones presidenciales del Perú. Con la ingenuidad de una pequeña muchacha, le escribí cuatro folios a mano con letra de niña. A esa edad creía en lo imposible, y volqué mi admiración y mi primer amor hacia él. Ya había leído dos libros suyos y desde que me guiñó el ojo en uno de sus mítines en una plaza pública de Arequipa, su ciudad natal, me enamoré; pero no esperaba una respuesta.
            Una noche mi padre llegó a la casa con un sobre en las manos. Decía: correspondencia Barranco-Lima. Cuando lo abrí, lo primero que leí fue su nombre membretado en papel: “Mario Vargas Llosa”. Y la firma del escritor. Fue algo breve pero inmenso para mí. Nunca supe por qué me respondió la carta. Si Vargas Llosa se sentaba a escribirlas o si mujer se las dictaba a su secretaria. Eso me pasó con el Sartrecillo Valiente. No una sino varias veces.
            El tiempo pasó, fui creciendo. Y después de once años decidí escribirle de nuevo, a ciegas. Deposité la carta en el portón de seguridad del edificio donde vive, con el encargo: “Al piso seis”. Y me llegó otra respuesta sin esperarla. Pensé que quizás tenía suerte. La carta describía la vocación del escritor, una disciplina difícil de conquistar. Y decía: “Pasé mi infancia en la misma calle que vives”. Una calle del barrio de Miraflores llamada Diego Ferré. El aspecto íntimo de su respuesta demostraba el tiempo que se tomaba el escritor en responderle a escribidoras como yo. ¿Acaso todos los días se daba el trabajo de responder todas las cartas? Es un misterio. 
            Un día oí que Vargas Llosa iba a pasar unos días por Piura, el escenario de La casa verde, y la ciudad del norte del Perú donde yo vivía. Mi ingenuidad aún seguía en pie y en una carta le pregunté si era posible conocerlo en persona. Días después recibí una respuesta por e-mail: decía que él y su mujer, encantados, deseaban conocerme y que me acercara a ellos apenas pudiera. Ese día tardé en acercarme porque no lo podía creer. A veces lo imposible no es como uno lo imagina. A veces resulta mejor de lo que se espera.
            Al día siguiente saludé a Patricia Llosa en plena entrega de un honoris causa en una universidad local. Ella, muy amorosa, como si me conociera de años, me dijo para reunirme con ellos después de la ceremonia. El barullo fue tan grande que Vargas Llosa tuvo que treparse al primer auto policía que encontró a su disposición, pero aquello no hizo que ellos se olvidaran de mí. De pronto vi que ella se acercaba.
            –Ven a desayunar con nosotros mañana -me dijo, sonriéndome.
            Nunca imaginé desayunar con Vargas Llosa. Una hora sentada en su mesa compartiendo huevos fritos, jugos de frutas y pan. El desayuno duró más de una hora, más del tiempo usual que el escritor concede en entrevistas.
            –¿Y usted escribe todos los días, incluso cuando está de viaje como hoy? –le pregunté.
            Estábamos en un hotel en Piura, en una mesa veraniega, al lado de una piscina.
            Él terminaba su jugo de papaya.
            –Siempre –me dijo–. Siempre.
            Cuando me despedí de él, me dio tres besos.
            Así era en Cataluña, me dijo.  
            Y se fue con ella.


* Relato publicado en el número de colección de Etiqueta Negra. Año 9. Número 91.

martes, marzo 16, 2010

La tía Julia

No quiero dejar de pasar la oportunidad de escribir algo relacionado a la famosa tía Julia, de Mario Vargas Llosa. El pasado miércoles 1o de marzo falleció en Santa Cruz de la Sierra en Bolivia a los 83 años de edad y dejó detrás a la persona en vida del entrañable personaje "La tía Julia" de la famosa novela La tía Julia y el escribidor. Las webs hablan poco de ella, y yo quiero decir algo pequeño, quizás mi vida íntima con ella.

Yo nunca conocí a la tía Julia en carne y hueso, pero si a través de sus textos y de lo poco que se habla de ella en los libros y la biografía de Vargas LLosa. Mi pasión por ella, por ese personaje, nació cuando descubrí al escritor y me entró la curiosidad por estudiar su biografía y conocer a detalle su juventud. Allí apareció la tía Julia, aquella mujer encantadora que se enamoró del joven Mario y que le llevó a casarse con él y vivir una de las aventuras más fascinantes de su vida.

La tía Julia existió en la realidad y me cuesta creer que las noticias digan que ha fallecido. Pues sí, hay personajes que existen de verdad. Esta mujer cochabambina fue tía política de Vargas Llosa y vivió una de las historias más extravagantes en la vida de una mujer, el casarse con su sobrino político, diez años menor que ella y de un país distinto. Se casaron a escondidas (pues Mario era menor de edad) en un distrito limeño llamado Grocio Prado, y después de vivir unos años turbulentos en Lima se fueron hacia París. Allí vivieron los primeros años del boom latinoamericano y además se publicó La ciudad y los perros (1962).

Pero mi historia comienza cuando quise saber más sobre Julia y Mario y encontré en la biblioteca de un primo mío el libro Lo que varguitas no dijo (1983) de Julia Urquidi, libro que relata la vida íntima de Julia con Mario en sus años de matrimonio, una respuesta al libro La tía Julia y el escribidor (1977). No sé si la curiosidad femenina (yo creo que sí) me empujó a leer ese libro. Quería encontrar escenas de amor, quizás, y además de aquellas que parecen imposibles, y las encontré, y desde entonces el libro me acompañó hacia todas partes.

Una de las historias de este libro fue con un conocido grupo católico. Al ingresar a la universidad, viví en una casa de monjas que brindaban alojamiento a chicas como yo (que no soy para nada religiosa). Y claro, un día me descubrieron leyendo el libro 'prohibido'. Me lo quitaron y lo botaron a la basura, así como les cuento. La directora del centro me dijo: "Esa basura no la aceptamos en esta casa". Qué ingenua yo, en mi biblioteca tenía también un libro llamado Historia de un deicidio y las monjas no se habían dado cuenta.

Yo ya me había olvidado de la anécdota. Ahora la recuerdo con una sonrisa y esa capacidad que se me da cada vez que recuerdo las cosas extravagantes de mi vida, así como a la tía Julia. Para ella debió ser todo un acontecimiento casarse con Mario y encima tener a toda la familia en su contra: un padre con una pistola amenazándola, casi.

Julia tenía la misma edad que tengo yo ahora. No sé si yo sería capaz de casarme con un sobrino diez años menor que yo. Uno nunca sabe lo que la vida le puede deparar.

Y yo felizmente tenía un segundo libro de la tía Julia, bien guardado en casa. Y está en mi estante de libros. Nunca lo perdí, lo releí varias veces.


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