domingo, agosto 25, 2013

Día domingo (diarios)

Este domingo está un poco lluvioso en mi ciudad. Desde la ventana de mi dormitorio escucho el tintineo de las gotas de agua caer sobre los techos de las casas. Decido tomarme el día con calma y no sentirme obligada a montar bicicleta (mi hobby más sano) o a escribir la historia que estoy escribiendo (disciplinada), sino simplemente a limpiar la casa, prepararme un desayuno rico en proteínas y tomar el tren más tarde a Amsterdam. 

Hoy es domingo y me lo tomo con calma porque además está lloviendo y entro como siempre a la web del diario El País y leo las noticias -que esta vez siguen con los dramas de Siria y Egipto-. Me encuentro con un texto del Piedra de Toque de Vargas Llosa sobre el narcotráfico en latinoamérica, y otro del Praga de Kafka, un especial de Babelia y otro sobre el club de los libros interminables. 

Y pienso en toda la gente que como yo tiene un día domingo y hace las cosas que más les gusta o aprovecha para visitar a los amigos o a los parientes. O en hacerse un masaje. 

Pero este domingo tengo un pendiente, un libro de Haruki Murakami de setecientas páginas de ancho y que empecé a leer hace tres semanas y se llama "Kafka en la orilla". El libro en sí no es malo, pero estos últimos días me ha llevado a experimentar el aburrimiento y a preguntarme a mí misma "¿por qué leo este libro?". De tan pesado y largo y con una prosa limpia que me hunde en el marasmo he tenido que leer otras cosas al lado de "Kafka en la orilla" para sentirme con vida, como por ejemplo, El Adversario de Emmanuele Carrere o El novelista ingenuo y sentimental de Orhan Pamuk, extraordinarios textos. 

Yo siempre he tenido la creencia de que abandonar un libro a la mitad es 'casi' de mala suerte. ¿Y por qué? Porque a lo largo de mis años de estudio siempre escuché decir esto a la gente, a los críticos literarios, los periodistas, los literatos siempre me preguntaban con cara de inteligentes, entre sarcásticos y sabelotodos: ¿Que? ¿no has terminado el Ulises? ¿La Ilíada? ¿La Odisea? Recuerdo que alguna vez empecé a leerlos hace miles de años y que nunca pasé de las primeras páginas. Y este deber de me opaca.   

Pero volviendo al tema de los domingos. Este domingo he decidido terminar de leer a Murakami, sin embargo, -ese maldito sin embargo que siempre aparece en mi vocabulario- ahora que viajo en el tren a Amsterdam veo que lo he olvidado y que por eso escribo este pequeño texto para Pierdo Países, mi blog medio abandonado, y me pregunto mientras miro los campos de cultivo holandés por la ventanilla del tren: explanadas verdes y planas rodeadas de canales de agua y adornadas con vacas que se rascan la panza, si hay otras personas que como yo los días domingo se lo pasan leyendo un buen texto o intentando hacerlo sin ganas o visitando parientes o relajándose con un masaje. Yo me doy cuenta que peco de olvidadiza y que tengo otro pendiente para esta semana por culpa de este lluvioso día domingo. 

domingo, agosto 18, 2013

El retrato de un cínico

ESTAMOS ANTE una lectura que sume al lector en el espanto, ese tipo de novelas de no ficción que se encargan de extraer lo más profundo del ser humano y exterioriza las diferentes caras de la mentira. Si una palabra definiera al personaje que inspiró a Emmanuele Carrere en El Adversario (publicado por Compactos Anagrama) es el cinismo puro y duro, la poca cara que tienen ciertos seres humanos para enfrentar la realidad y acogerse a una serie de patologías que los llevan a crear mundos de ficción; se aferran a mundos imaginarios inventados por sí mismos desde el plano profesional hasta el religioso y son capaces de enmascarar una vida mediocre y sin base, llevando al lector y espectador a creer en esa falsedad. 

El Adversario relata la historia de Jean Claude Romand, un francés, que terminó matando a su esposa, sus dos hijos, su padre, su madre y su perro, todo por ocultar su verdad: que no trabajaba para la OMS y que nunca había llegado a graduarse como médico. La novela se centra en el momento en que Romand aparece en las noticias con su relato escalofriante, digno de ser considerado un a sangre fría de Truman Capote, hasta el momento en que sigue el juicio y es condenado a cumplir cadena perpetua en una prisión en Francia. 

Lo interesante del libro de Emmanuele Carrere, que es para mí un descubrimiento en la literatura francesa de nuestros días, es que a lo largo de su lectura quedan muchas preguntas sin resolver. ¿Cuál es la verdad? ¿Qué llevó a Romand a mentir de esa forma tan desmedida a lo largo de su vida? Lo mismo se pregunta el autor del libro, quien termina en cierto modo desconcertado en su pesquisa por no haber encontrado la respuesta a esas preguntas que él mismo se plantea e impresionado por la capacidad  de mentir que sigue teniendo el asesino, de aferrarse por último a dios y la virgen, a una religiosidad falsa. El retrato de un cínico sin duda alguna. 

Escrito desde una primera persona, utilizando además las voces de los testigos, y contando de una forma directa los acontecimientos, sin muchos rodeos, Carrere utiliza el yo como eje de su relato, su experiencia al intentar acercarse al asesino y el proceso de búsqueda de datos. Nunca llega a descubrir el dato escondido, pero sí retratar a un ser humano con mitomanía crónica y, además, para añadirle, maniaco-depresivo. 

martes, agosto 13, 2013

Un viaje a la selva (mal-imaginado)

Nunca supimos a ciencia cierta qué fue lo que nos llevó allí esa mañana, a treparnos a ese destartalado camión con tolva blanca llamada El viajero. Nunca entendimos qué nos empujó a hacer esa ruta que nos tomó una infinidad de horas, días y semanas. Estábamos en un pueblo llamado Huancabamba, en la sierra norte del Perú, a unos dos mil metros de altura, y terminamos al otro lado.

Aquí la historia.


UNA NOCHE ANTES de la partida cenábamos en un restaurante llamado Jaimitos a un lado de la plaza rectangular del pueblo de Huancabamba. Era de noche, afuera las estrellas brillaban en el firmamento y en la calle algunos borrachitos jugaban con su pelota un fútbol premeditado. Adentro, en Jaimitos, una canción de Agua Marina tocaba una cumbia eterna que daba vueltas en un disco. Nosotros estábamos concentrados en nuestro mapa incompleto del Perú.

-¿Qué vamos a hacer mañana?-, me preguntó mi hermano mientras comíamos un pollo saltado. El menú del día, por supuesto. Era de los pocos restaurantes del lugar.

-No quiero regresar a Piura otra vez, -le dije-.¿Por qué no a la selva? -Días antes habíamos explorado las famosas lagunas Huaringas con un gringo despistado que se quedó dormido encima de su mula, y ahora habíamos vuelto al punto de partida.

El mapa indicaba que desde Huancabamba se podía ir a oriente por una carretera poco clara. Daniel, mi hermano, alzó la mano, silbó para llamar a la chica que atendía.
  
-¿Sabe usted si hay carretera a la selva desde aquí?-,  La señorita se acercó tímida a nuestra mesa, era una gordita en jeans con un polo rosado apretado. Tenía los cabellos castaños, los ojos verdes.
-La única que conozco es para Jaén, -dijo tragándose las palabras un poco secona-. ¿Quieren comer algo más?.

¿Jaén? Sonaba atractiva la idea de ir hasta allá. ¿Dónde quedaba? ¿Al otro lado de la cordillera? ¿Al lado derecho de Huancabamba, de acuerdo al mapa? Mi hermano dejó un poco de arroz en el plato, yo tampoco terminé de comer.

-Sí, sí, -dijo la señorita-, ¿quieren algo más?
-No, gracias señorita -la chica retiró los platos de la mesa. Mi hermano y yo: “La cuenta, por favor”.


En el mapa, del lado de Huancabamba, los trazos eran grises, del color de las montañas, mientras que alrededor de Jaén a unos cien kilómetros, calculando con el dedo, era un mar verde selvático. Sin embargo, había un pequeño problema, de Huancabamba a Jaén, la ruta amarilla se interrumpía en un pueblo llamado Tabaconas. Después no había indicios de camino.

Después de pagar, salimos del restaurante. Mi hermano se encendió un cigarrillo en la puerta de Jaimitos. Los borrachines desdentados se sentaron en la acera, dejaron de patear la pelota hacía rato, reían de la nada. Nos saludaron medio deformes, con palabras medio muertas, uno de ellos con la botella en la mano. Aguardiente. ¡Hey!

-¿Jefecito, es posible ir a Jaén desde aquí?-, le preguntamos a un policía.
-Pregúntele a mi colega –dijo serio sin querernos ayudar. Al parecer no sabía nada sobre la ruta.

Esperamos al colega más de quince minutos. Afuera del puesto policial dormitaba un perro negro, inconsciente.

-¿Hay camino a Jaén desde aquí, señor? –el colega apareció dos minutos después sonriente.

Su oficina era un cubículo diminuto pintado de un verde claro con la insignia de la policía nacional y dos escritorios con máquinas de escribir remington.

-Sí, claro -nos dijo alegre-. En el mercado hay camiones que salen tempranito.

PiErDo PAísEs

Borro fronteras - Viajo para conocer mi geografía