viernes, diciembre 18, 2009

Diario bilbaíno 1*

Hace algunos años viví en Bilbao, la ciudad vasca, en el norte de España. Allí, con el pretexto de escribir todos los días, de hacer un ejercicio literario prematuro, escribí unos diarios. Aquí una pequeña entrega de mi primer día en la ciudad viscaína. Texto escrito en julio del 2000. Hace muchos años.



11 de julio 2000

Si a Julio Ramón Ribeyro, el escritor, le tocó una ventana que daba al patio de un edificio, pues a mí no me correspondió alguna. Mi habitación se viste de cuatro paredes rosadas, parecidas a un cajón funerario. Imagínense, una habitación del tamaño de un cajón de muerto (exagero un poco) y que encima está dentro de una casa, con una puerta de madera, algo extraña, que se comunica con una sala atiborrada de trastos viejos, entre ellos, los míos.


Escribo dentro de este recinto nuevo. ¿A dónde llegaré?, me pregunto. Acabo de llegar a esta ciudad hace unas cinco horas para empezar otra vez a adaptarme y a congeniar con gente de otra cultura. He estado en Pamplona, en Madrid, en Piura, y ahora, recorro las calles de Bilbao, y digo, que se parece a mi vida. La morfología de sus calles me recuerdan a los estratos de mis dudas, con subidas y bajadas que se inclinan por el esfuerzo al treparlas, y su olor a orín. Huele a triste. La humedad se pega por todas partes, como la tristeza de un mendigo clamando por pan.


El centro de Bilbao se parece a un laberinto medieval. Nada ordenado. Nada lógico. Las calles se entrecruzan y llegan a una plaza en donde veo insectos urbanos acostados en las aceras por efecto del alcohol. Ningún niño. Nada familiar. La gente transita con prisa, camina una calle, luego otra y se mete a una boca de metro abierta al lado de una cabeza de piedra de Unamuno, el escritor. Otra plaza. Una vida de pájaros. Palomas que revolotean alrededor de un charco de agua. Algún viejecillo leyendo su periódico sentado en una banca, semidormido. Y yo intento encontrar la lógica en este laberinto grisáceo. Siempre termino en el mismo sitio. Es mi primer día en Bilbao. Bilbao, una ciudad entre lo moderno y lo estático como las películas rodadas en un barrio negro de Nueva York.


Sí, esto es Bilbao y yo dentro de este cajón dormiré todas las noches, congeniaré con mis vecinos de cuarto y vacilaré sin parar cada vez que camine por las arterias del casco viejo. Hoy es un día absolutamente gris, con las nubes botando chorros de agua y busco adaptarme, lidiar con esta gente, a pesar de que mi otro yo diga “vete”.

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Acabo de llamar por teléfono a mamá. Es su cumpleaños. Tuve que caminar mucho para conseguir un teléfono. Encontré uno al lado de la cabeza de Unamuno. El paisaje sigue siendo el mismo que hace algunas horas. Casi nada de gente. La lluvia espantó a los borrachines y se los llevó a otra parte. Ninguna tienda está abierta. Aparece un punk. Me decido a llamar en esa cabina telefónica, lo más parecida al Perú. Escucho a mi madre, lejos. Lejos. Sería completamente feliz si estuviera allí aunque sea un segundo. Acariciar a mi perro, ver la campiña, hablar con mi hermano. En Arequipa siempre hay sol; en Bilbao, nubes. No soporto más y me quejo con mi madre que se oye en el otro hemisferio.


*Este diario se publicará por entregas.


1 comentario:

CÉSAR CASTILLO GARCÍA dijo...

qué nostalgia, señorita su

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