ESTAMOS ANTE una lectura que sume al lector en el espanto, ese tipo de novelas de no ficción que se encargan de extraer lo más profundo del ser humano y exterioriza las diferentes caras de la mentira. Si una palabra definiera al personaje que inspiró a Emmanuele Carrere en El Adversario (publicado por Compactos Anagrama) es el cinismo puro y duro, la poca cara que tienen ciertos seres humanos para enfrentar la realidad y acogerse a una serie de patologías que los llevan a crear mundos de ficción; se aferran a mundos imaginarios inventados por sí mismos desde el plano profesional hasta el religioso y son capaces de enmascarar una vida mediocre y sin base, llevando al lector y espectador a creer en esa falsedad.
El Adversario relata la historia de Jean Claude Romand, un francés, que terminó matando a su esposa, sus dos hijos, su padre, su madre y su perro, todo por ocultar su verdad: que no trabajaba para la OMS y que nunca había llegado a graduarse como médico. La novela se centra en el momento en que Romand aparece en las noticias con su relato escalofriante, digno de ser considerado un a sangre fría de Truman Capote, hasta el momento en que sigue el juicio y es condenado a cumplir cadena perpetua en una prisión en Francia.
Lo interesante del libro de Emmanuele Carrere, que es para mí un descubrimiento en la literatura francesa de nuestros días, es que a lo largo de su lectura quedan muchas preguntas sin resolver. ¿Cuál es la verdad? ¿Qué llevó a Romand a mentir de esa forma tan desmedida a lo largo de su vida? Lo mismo se pregunta el autor del libro, quien termina en cierto modo desconcertado en su pesquisa por no haber encontrado la respuesta a esas preguntas que él mismo se plantea e impresionado por la capacidad de mentir que sigue teniendo el asesino, de aferrarse por último a dios y la virgen, a una religiosidad falsa. El retrato de un cínico sin duda alguna.
Escrito desde una primera persona, utilizando además las voces de los testigos, y contando de una forma directa los acontecimientos, sin muchos rodeos, Carrere utiliza el yo como eje de su relato, su experiencia al intentar acercarse al asesino y el proceso de búsqueda de datos. Nunca llega a descubrir el dato escondido, pero sí retratar a un ser humano con mitomanía crónica y, además, para añadirle, maniaco-depresivo.
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