Una noche como cualquiera un amigo nos dijo (por teléfono): "voy a hacer una fiesta, vengan a las 8 p.m. Mi chofer los va a recoger".
Nosotros dijimos: "Vaya, esto va en serio, una fiesta con chofer y todo".
Nada mejor que eso en la ciudad del eterno caos: Bangkok, en donde la calle ficha es de putas, las veredas están pobladas por elefantes (tuertos) y la gente se alimenta de alacranes, saltamontes y gusanos.
Nosotros pensamos: "tenemos que ir súper fashion a esa fiesta", bien trendys los dos, con nuestros zapatos de lujo y nuestras últimas ropas. ¿Habríamos sobrevalorado la invitación?
Fuimos corriendo al Siam Paragón, un mall de moda, a comprar algunos accesorios, en el centro de Bangkok. Recorrimos varias tiendas pituconas y otras medio ambulatorias con la billetera adelante, la plata aquí y el dinero allá, sacando la casa por la ventana, mirando el precio y probándonos de todo.
Bien "insopos" nosotros. Cualquier conocido no nos reconocería (ni saludaría).
Primera sesión: el cambio de peinado, señores y señoras... al peluquero díganle, por favor, que saque la tijera y su mejor arte.
Segunda sesión: ya en el hotel, la ropa, bien cambiadita, con unos pantalones pegaditos a las piernas y negros, y claro, esa blusa rosada sin mangas de lo más fashionable... toda una insopo yo.
Tercera sesión: los labios, carnívoros labios, sí, todo un cambio de look, incluso de actitud, recontra sexy.
Cuarta sesión y última: lo más insopo-insoportable: los zapatos de taco de 12 centímetros, color vino, recontra putonessssssssscos. El debut en cualquier momento. Faltaba poco para que el chofer nos vengan a recoger y vayamos a la fiesta.
Una aclaración: yo no sé caminar con tacos, pero esa noche debía andar con ellos, convertirme en la insopo de la fiesta, del desfile, llamar la atención por los cuatro costados, hacer mi fashion show con todo o sin nada, simplemente ser la insopo de los tacos de doce centímetros.
Vaya, costumbres. De los saltamontes a los zapatos. Bangkok es la ciudad en donde los sistemas chocan, la cultura es un tanto crazy... La gente camina por la izquierda en lugar de la derecha, uno no sabe que va a encontrar aquí y allá, la gente se quiere blanquear, mismas geishas. En las boutiques te venden cremas para blanquear la piel, qué chistoso, y en los restaurantes "comida europea".
Nosotros lo habíamos olvidado, pues pensábamos a manera de occidente, bien system nosotros.
El chofer nos vino a recoger. Nos llevó a la fiesta. Yo no podía aguantar los TACOS. No sabía cómo iba soportarlos las "n" horas de la fiesta con tanto invitado. Imaginaba mil escenas: el pie lleno de callos, el tobillo fracturado, caminando como gansa.
"Honey", me dice el Charlie, "tienes que mostrar tu mejor talento, caminar con elegancia, ser tú en esa sala cuando comamos bocaditos".
Costumbres son costumbres (y en choque). Llegamos a la casa de un Suizo en una urbanización en Bangkok. Nos abrió la puerta y dijo: "quítense los zapatos". Volvió a repetir: "quítense los zapatos", mismo militar. "Quítense los zapatos", otra vez (qué insistencia).
El charlie y yo nos miramos: "what?!". ¿Y los tacos que tanto esfuerzo psicológico demandaron, dónde?
El suizo dijo: "Deja esos tacos aquí en la puerta, al lado de esas chanclas". Yo me quedé pasmada, un tanto caótica por dentro, con el pensamiento en el taco.
Minutos después recordé que en Tailandia nunca se entra con zapatos a las casas, ni a las tiendas, ni a los restaurantes. Yo pensé que este suizo quizás iba a respetar la norma (o la horma) occidental (del zapato). Sí y no. Él también andaba en medio del caos, con los chicotes cruzados. Parecía un reloj acabadito de salir de la tienda. Mismo cronómetro suizo. Entramos a comer a su casa sin ningún invitado, sólo nosotros y un amigo más (sacadito de por allí)... ¿y la fiesta? ¿dónde estaba la fiesta? Cuando terminamos de comer nos dijo: "chau, me tengo que ir a dormir". El chofer nos llevó de vuelta a casa.
En fin, nunca hubo fiesta. Todo fue un antojo de nuestra imaginación y de la punta del zapato. Un debut bien fashionable.