Viernes santo. Viernes de recogimiento. Viernes de procesión. Mi recuerdo viene de cuando era pequeña. Todos los jueves o viernes santo llegaba mi abuela paterna a eso de las seis de la tarde a tocarnos la puerta de la cuatro-cero-cuatro (la casa de mi infancia). Llegaba con una canasta llena de pétalos de rosas, de las rosas de su jardín, de un aroma casi perverso.
Ella venía a ver con nosotros la procesión de semana santa que pasaba delante de mi casa. Nos daba una vela a mí y a mi hermano, y esperábamos impacientes ese momento del año.
La procesión se acercaba desde lejos. Bajaba por la avenida Cayma tocando una melodía torva y triste bajo el compás sombrío de un llanto de tubas, trompetas y saxofones. Varios feligreses cargaban a los hombros pesadas imágenes de yeso de unos trescientos kilos o más, como penitencia. Jesucristo cargando la cruz, Jesucristo crucificado, Jesucristo en una urna de cristal y la Virgen María, triste, vestida de negro.
Yo los bañaba en una lluvia de pétalos de flores. Mis tiempos devotos, de cuando quería ser monja.
Era un tiempo en los que me pasaba todas las tardes de los dos feriados de semana santa viendo películas bíblicas. Había las veces que me amanecía delante de escenas de Ben Hur o Barrabás o La vida de Jesús.
Qué diferente lo es ahora.
Ahora ya no celebro la Semana Santa. La imagen de mi infancia de conmemorar la muerte de Cristo que yo vivía con fervor ciego, ha cedido a la magia del recibimiento de la primavera (del norte de Europa) que, además, celebro con mi hija de cuatro años.
El simpático conejo de Pascua llega a mi casa a regalar huevos de colores a los niños. Es motivo de alegría. De felicidad después de tres meses sumidos en la oscuridad del crudo invierno. De fertilidad y amor.
Mucha gente me pregunta cuál es la relación del conejo o liebre y los huevos, que en realidad los pone la gallina. Los huevos representan el renacimiento, y la liebre, la fertilidad.
Es una tradición considerada pagana por los católicos pero es más antigua que ella. Y la verdad es que prefiero celebrar la alegría antes que la lúgubre historia de una crucifixión (sin desmerecerla, por supuesto).
En todos estos recuerdos imborrables, lo más hermoso era mi abuela que fiel a su fe y a su familia me motivaba a tirarle los pétalos de flores al 'Hijo de Dios' y a la 'Virgen María' como señal de gratitud y de honra. A ella, mi abuela, le estoy agradecida por haberme dado estos recuerdos tan nítidos de lo que fue mi infancia en la cuatro-cero-cuatro.
Roermond, abril 2020
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