Nos encontramos una sola vez. Dos días antes le había llamado: quiero hablar contigo, es de suma urgencia, y la noche de la cita llegó más tarde de lo esperado.
Habíamos acordado en la librería. Aquella que abre sus puertas en una calle curva en el centro de un distrito decente de esta ciudad. Yo habpia llegado más temprano de lo previsto con un amigo. Entramos a ver libros, a tomarnos un café, a sentarnos a leer lo que nos interesaba. Hallamos libros interesantes de historia y unas pubicaciones algo underground. Después el amigo se fue, yo me quedé mirando más libros, sin plata en el bolsillo porque ya había comprado unos dos. Más tarde nos encontramos.
Cuando llegó lo reconocí casi al instante. estaba un poco mayor, no como solía vestirse en sus programas. Lo recordaba con el cabello largo, quizás más flaco, algo menos cano, con una mirada de ser inteligente. Quizás no lo recordaba bien, mucho tiempo había pasado desde la última vez que lo vi, no en persona sino en la televisión. Ahora llevaba el cabello corto. Y un chaleco verde de salvavidas. Su mirada era de... no sabría cómo definirlo. Saludó apenas como si tuviera susto.
Me llevó a un café a conversar.
Primera imagen: en el café sentados mirando la carta. Un mozo dando vueltas esperando alguna orden nuestra. Yo miro la carta. Él mira su carta. No sé si el muchacho espera que yo pronuncie algo o qué. Se concentra en la lista de comidas o bebidas, callado, sin siquiera echar un vistazo a ver qué hacía yo allí con él. Hay mucha gente alrededor nuestra conversando. Le digo al mozo un café. Espero que él también pida algo. Parece que me sigue la corriente. Se pide un café o una infusión. pero sigue callado, con rasgos propios de una timidez congénita. Sus ojos no quieren enfrentar y evitan.
Para romper el hielo tengo que tomar más iniciativas. Usted, cómo puede salir en las cámaras sin roche. Empiezo a hablar de la dicotomía. Aquella supuesta dialéctica entre lo light y lo culto, que es un absoluto absurdo.
Habíamos acordado en la librería. Aquella que abre sus puertas en una calle curva en el centro de un distrito decente de esta ciudad. Yo habpia llegado más temprano de lo previsto con un amigo. Entramos a ver libros, a tomarnos un café, a sentarnos a leer lo que nos interesaba. Hallamos libros interesantes de historia y unas pubicaciones algo underground. Después el amigo se fue, yo me quedé mirando más libros, sin plata en el bolsillo porque ya había comprado unos dos. Más tarde nos encontramos.
Cuando llegó lo reconocí casi al instante. estaba un poco mayor, no como solía vestirse en sus programas. Lo recordaba con el cabello largo, quizás más flaco, algo menos cano, con una mirada de ser inteligente. Quizás no lo recordaba bien, mucho tiempo había pasado desde la última vez que lo vi, no en persona sino en la televisión. Ahora llevaba el cabello corto. Y un chaleco verde de salvavidas. Su mirada era de... no sabría cómo definirlo. Saludó apenas como si tuviera susto.
Me llevó a un café a conversar.
Primera imagen: en el café sentados mirando la carta. Un mozo dando vueltas esperando alguna orden nuestra. Yo miro la carta. Él mira su carta. No sé si el muchacho espera que yo pronuncie algo o qué. Se concentra en la lista de comidas o bebidas, callado, sin siquiera echar un vistazo a ver qué hacía yo allí con él. Hay mucha gente alrededor nuestra conversando. Le digo al mozo un café. Espero que él también pida algo. Parece que me sigue la corriente. Se pide un café o una infusión. pero sigue callado, con rasgos propios de una timidez congénita. Sus ojos no quieren enfrentar y evitan.
Para romper el hielo tengo que tomar más iniciativas. Usted, cómo puede salir en las cámaras sin roche. Empiezo a hablar de la dicotomía. Aquella supuesta dialéctica entre lo light y lo culto, que es un absoluto absurdo.
Por fin, habla.
Segunda imagen: cambiamos de mesa. Nos sentamos en la "terraza" a conversar de lo que me interesaba. A él le gustó mi equipo de grabación. "¿Dónde te la compraste?". Pues, tenía que entrevistarlo. "En la cachina". Hablar de ese importante proyecto literario. "¿Y también guarda música?". Sí y perfecto.
Segunda imagen: cambiamos de mesa. Nos sentamos en la "terraza" a conversar de lo que me interesaba. A él le gustó mi equipo de grabación. "¿Dónde te la compraste?". Pues, tenía que entrevistarlo. "En la cachina". Hablar de ese importante proyecto literario. "¿Y también guarda música?". Sí y perfecto.
Se dejó entrevistar durante una hora. Yo me guiaba de un pequeño guión de preguntas que había preparado en casa la noche anterior. Mientras hablaba gesticulaba con gracia frente a la grabadora. La cogió con una mano como micrófono. Seguro para que grabe bien su voz en medio del bullicio de la gente que tomaba cafés a nuestro alrededor. Hablaba con naturalidad. Yo añadía más preguntas, más comentarios. Hablaba muy bien, le apasionaba, era otra persona cuando hablaba.
Al terminar la entrevista él se paró y se fue hacia el baño. Yo me moría de hambre y me dije por qué no decirle para comer, seguro también estaba hambriento. Cuando regresó le pregunté si tenía algo que hacer. Al ver su despreocupación, pues, no tenía apuro, le dije para comer algo. Parece que se preocupó. ¿Dónde? ¿Allá o aquí? ¿Aquí o allá?
Tercera imagen: me pido un sándwich y le pregunto: ¿no vas a comer? "Ya me pedí algo bueno". Yo me sorprendo. Cuando fue al baño se pidió de paso algo para comer. Extraño. "Les digo que me lo traigan a la mesa". ¿Acaso pensaba irse? Pero se sienta tranquilo, me mira y empezamos a conversar. Ahora sí sobre nuestras vidas, sobre los países-bajos, las becas, la literatura y su caótica vida en una empresa extraliteraria. El café se vació de gente. Estuvimos así durante una hora. Nos reímos del repentino cambio de ambiente. Sólo había una señora o dos tomando café. Pero yo ya me tenía que ir y él también. Quiero pagar la cuenta. No se deja. Nos despedimos confundidos. Él se fue a la derecha y yo a la izquierda.
susana