domingo, octubre 15, 2006

UN PEQUEÑO ENCUENTRO

Nos encontramos una sola vez. Dos días antes le había llamado: quiero hablar contigo, es de suma urgencia, y la noche de la cita llegó más tarde de lo esperado.
Habíamos acordado en la librería. Aquella que abre sus puertas en una calle curva en el centro de un distrito decente de esta ciudad. Yo habpia llegado más temprano de lo previsto con un amigo. Entramos a ver libros, a tomarnos un café, a sentarnos a leer lo que nos interesaba. Hallamos libros interesantes de historia y unas pubicaciones algo underground. Después el amigo se fue, yo me quedé mirando más libros, sin plata en el bolsillo porque ya había comprado unos dos. Más tarde nos encontramos.
Cuando llegó lo reconocí casi al instante. estaba un poco mayor, no como solía vestirse en sus programas. Lo recordaba con el cabello largo, quizás más flaco, algo menos cano, con una mirada de ser inteligente. Quizás no lo recordaba bien, mucho tiempo había pasado desde la última vez que lo vi, no en persona sino en la televisión. Ahora llevaba el cabello corto. Y un chaleco verde de salvavidas. Su mirada era de... no sabría cómo definirlo. Saludó apenas como si tuviera susto.
Me llevó a un café a conversar.

Primera imagen: en el café sentados mirando la carta. Un mozo dando vueltas esperando alguna orden nuestra. Yo miro la carta. Él mira su carta. No sé si el muchacho espera que yo pronuncie algo o qué. Se concentra en la lista de comidas o bebidas, callado, sin siquiera echar un vistazo a ver qué hacía yo allí con él. Hay mucha gente alrededor nuestra conversando. Le digo al mozo un café. Espero que él también pida algo. Parece que me sigue la corriente. Se pide un café o una infusión. pero sigue callado, con rasgos propios de una timidez congénita. Sus ojos no quieren enfrentar y evitan.
Para romper el hielo tengo que tomar más iniciativas. Usted, cómo puede salir en las cámaras sin roche. Empiezo a hablar de la dicotomía. Aquella supuesta dialéctica entre lo light y lo culto, que es un absoluto absurdo.
Por fin, habla.

Segunda imagen: cambiamos de mesa. Nos sentamos en la "terraza" a conversar de lo que me interesaba. A él le gustó mi equipo de grabación. "¿Dónde te la compraste?". Pues, tenía que entrevistarlo. "En la cachina". Hablar de ese importante proyecto literario. "¿Y también guarda música?". Sí y perfecto.
Se dejó entrevistar durante una hora. Yo me guiaba de un pequeño guión de preguntas que había preparado en casa la noche anterior. Mientras hablaba gesticulaba con gracia frente a la grabadora. La cogió con una mano como micrófono. Seguro para que grabe bien su voz en medio del bullicio de la gente que tomaba cafés a nuestro alrededor. Hablaba con naturalidad. Yo añadía más preguntas, más comentarios. Hablaba muy bien, le apasionaba, era otra persona cuando hablaba.
Al terminar la entrevista él se paró y se fue hacia el baño. Yo me moría de hambre y me dije por qué no decirle para comer, seguro también estaba hambriento. Cuando regresó le pregunté si tenía algo que hacer. Al ver su despreocupación, pues, no tenía apuro, le dije para comer algo. Parece que se preocupó. ¿Dónde? ¿Allá o aquí? ¿Aquí o allá?
Tercera imagen: me pido un sándwich y le pregunto: ¿no vas a comer? "Ya me pedí algo bueno". Yo me sorprendo. Cuando fue al baño se pidió de paso algo para comer. Extraño. "Les digo que me lo traigan a la mesa". ¿Acaso pensaba irse? Pero se sienta tranquilo, me mira y empezamos a conversar. Ahora sí sobre nuestras vidas, sobre los países-bajos, las becas, la literatura y su caótica vida en una empresa extraliteraria. El café se vació de gente. Estuvimos así durante una hora. Nos reímos del repentino cambio de ambiente. Sólo había una señora o dos tomando café. Pero yo ya me tenía que ir y él también. Quiero pagar la cuenta. No se deja. Nos despedimos confundidos. Él se fue a la derecha y yo a la izquierda.
susana

sábado, octubre 14, 2006

NOMADISMO


Caminar, ¿hacia dónde? Es lo que menos importa. Nunca supe bien hacia dónde caminar, simplemente caminé y así anduve veinte días hacia Cajamarca, cinco días por El Colca, por la selva de Tabaconas, llegué a Jaén, luego a Chachapoyas y ahora quiero volver. Nunca por obligación, siempre por impulso, un bichito que se te mete y te empuja a andar y después de unos minutos compruebas que ya estás andando por una acera, un parque, una avenida, por el centro de tu ciudad, y sigues y sigues sin rumbo fijo hacia no sabes dónde. Llegas a un terminal que te puede llevar a cualquier parte, y te lleva. La mayoría de las veces prefiero estar en el campo, pero como hace mucho tiempo no lo estoy busco una excusa que me empuje ir hacia allá. ¿la toponimia? pues, claro, la toponimia mayor de los pueblos, escarbar el presente para encontrar el pasado, eso me interesa, de las quebradas, las puntas de los cerros, los riachuelos, las plantas, los cactus, el verdor de un valle, todos los nombres y sobrenombres me interesan, pero pocos entienden el por qué a uno le gusta andar por allí perdido, apreciando un buen paisaje, conversando con gente desconocida (que nunca más volverás a ver), preguntándote por dónde llevará este caminito u otro, el cómo se verá el mundo desde la punta más alta de los cerros, de quién habitó aquí y allá en el pasado, y mientras caminas por cualquier parte (que bien puede ser ningún lugar) tocas una puerta, toc toc, te abre cualquier persona y decides quedarte allí por un tiempo, en tránsito hasta la próxima parada... no importa en qué ciudad vivas, así sea una aldea, uno necesita siempre salir a cualquier parte, incluso a caminar, pero prefiero el campo, no me gusta eso de andarme tropezando con la gente, de limitar mi mirada a unos edificios, aunque sean bellos, pues, limitan la mirada. yo necesito tener amplitud de mirada. las ciudades están hechas para disfrutarlas con cierto estatus, pero también para vivir absorbido por los transportistas, los yonquis y cualquier antipático consumista que se complace la vida comprando cachivaches que no le llenan la vida; mientras que en el campo no te tropiezas así no más con la gente, se vive en estado puro de naturaleza, a quién le va a interesar si tienes un carro o una laptop, a quién le va a importar cómo y quién eres. te lo van a preguntar y tú feliz les contarás tus historias y les llenarás de ilusiones porque, claro, ellos no tienen el prejuicio. hay mucho espacio, amplitud para imaginar y andar buscando sentido de vida. estar en estado puro. como cuando el hombre apareció en la tierra. sin preocupaciones, nomadeándo por allí como se podía y de cacería, sobreviviendo en medio de la nada. pero aquí está nuestra civilización y pocos somos quienes de vez en cuando deseamos escapar de ella para volver a nuestro estado más puro. no detesto la ciudad, ni a civilización, las aprovecho al máximo y las disfruto, pero no hay nada como ir al campo a escuchar el silencio de las ramas, el canto de los pájaros, el verdor de los pastos y el viento en la punta del cerro de donde escribo ahora. Y sólo se llega caminando.
susana

viernes, octubre 13, 2006

IMPORTANTE ENTIDAD ESTATAL

Un grito de Pierina Riofrío*


APTITUDES:

Proactividad.
Capacidad de trabajo bajo presión.
Orientación al logro de objetivos.
Capacidad de interrelación a todo nivel.
Responsable y honesto.
Emocionalmente estable.


Como podrán apreciar, el Jurado Nacional de Elecciones se encuentra de cacería. ¿De quiénes? De 97 farsantes; es decir, de 97 fiscalizadores emocionalmente estables. Y lo que yo me pregunto con justa razón es ¿que chúcha significa para ellos esa frasecita estúpida que me provoca arcadas y hasta vergüenza ajena? Apuesto mi pescuezo ensangrentado a que el reverendísimo imbécil que solicitó esa actitud nunca se enteró que la estabilidad emocional no existe, que es una frase hecha que la copió y pegó de algún libro soso de autoayuda, de esos que publican por montones para la nuestra enorme masa de incautos.
Será que jamás he sido una persona emocionalmente estable ni lo seré; y menos aún he conocido a alguien de semejante calaña. Felizmente. Y es que, ¡por favor!, ¿quién podría ser algo que no existe? Si lo miramos con un poco de raciocinio, si la emoción fuera estática no sería emoción. Porque la emoción es llorar, gritar, cagarte de la risa, temblar y hasta cagar con un abrigo puesto. Y, claro, todo lo anterior junto.
Ahora, si existiera esa estabilidad emocional, si nuestras emociones estuvieran ahí medio pasmadas, ¿cómo diablos pretenden conseguir a 97 personas que cumplan con esta ridícula aptitud? ¿Quién diablos podría ser emocionalmente estable en este país decadente? Por favor, si alguien tiene nombres , apellidos y dirección de esa o esas personas estables, les ruego me las hagan llegar lo antes posible para cometer el crimen más atroz del que jamás haya sido testigo la humanidad entera.
Entonces seré inocente por siempre, porque ningún pobre o rico hijo de vecino de San Isidro o San Juan de Miraflores pueden tener estabilidad emocional si lo primero que escuchan al despertar es el espeluznante ruido de un despertador, para luego levantarse a lavarse el hocico y salir a la calle en combi o en carro a ver letreros inmensos que inyectan en los cerebros estilos de vida ficticios, imágenes irreales, lados Coca Cola de la vida que se ven bonitos pero que no existen.
Cómo van saliendo a las calles los mares y mares de gente. Ya no se sabe de dónde sale tanta alma en pena. Salen de los edificios de 30 pisos, bajan de los cerros, salen de las cárceles, despiertan de la calle, esperan desayunos en la s Iglesias, van llegado de juerga. De todo.
Y si andan en combi escuchan la canción que no está puesta para alegrar la mañana; sino para que le compren al cholo el disco pirata pues. Todo es plata. Porque hay que comprar, hay que consumir, hay que estar limpio en el sistema financiero, hay que salir a comprar a fin de mes, hay que salir a vender todos los días, hay que ser un número, y hay que ser emocionalmente estable.

*Pierina Riofrío (Piura, 1980), chica dedicada a su rutina, trabaja nueve horas al día, almuerza en un cuchitril y tiene un perro.

sábado, octubre 07, 2006

Un liliput (primera parte)

No se si lo recuerdas, pero hace algunos años trabajaste en ese instituto. Me contaste que tu sueño era quedarte allí para siempre porque era el mejor sitio para vivir, tu familia, tus hijos, tus nietos. La ciudad era ideal porque quedaba en las afueras de Lima. Y todo lo que está fuera de Lima es mejor.
Un año o dos atrás, saliste de ese banco asqueroso que te removió el cuerpo, me contaste. Ese banco que te llamaba a cualquier hora para hacer expedientes y firmar papeles, aparte del horario de trabajo. Compartías carpeta con provincianos infelices a quienes odiabas, quienes te ordenaban cortar y pegar memorandos, sin darte tiempo de emplear tu propia iniciativa. Hasta que decidiste renunciar. "Lo mejor que hice en mi vida". Te fuiste de ese banco para llegar a la provincia y créeme que hiciste muy bien. Tu vieja ciudad era un lugar excelente para vivir: un sitio en donde uno podría triunfar fácilmente .
Yo llegué unos meses después de ti. Admiraba tu coraje para salir adelante y tu pasión por lo que hacías. Quería aprender de esa valentía. Eras para mí un tipo con talento. El hecho de que tú sepas tanto de las matemáticas era importantísimo. Resolver las operaciones asi de fácil, en pocos segundos, antes de caer, me deslumbraba como a los niños los magos de los circos. Y yo llegué a ti. Me ofreciste ser tu asistenta en la asignatura que ibas a dictar. "Yo encantada trabajaría contigo!".
El primer día fue emocionante. Me mostraste el instituto. Me presentaste a tus alumnos. Me guiaste hasta la que iba a ser mi oficina . Yo estaba feliz y nerviosa. Iba a ser la primera vez que enseñaría un curso de matemáticas: el álgebra, la geometría, los cálculos numéricos. Quería dar todo de mí y ser aquella imagen redentora que alguna vez soñé me redimía a mí. Caminábamos por los pasillos saludando a profesores hablando de las últimas teorías. Tú eras una promesa y me comprometías a mí en tu proyecto a futuro. Seríamos un buen dúo, un equipo que iba a transformar el destino de la escuela.
Los primeros días fueron excelentes. Me mostraste el sílabus del curso, los puntos que debían aprender los alumnos, yo te sugerí algunos cambios importantes y tú me escuchaste, me propusiste hacerle los cambios necesarios, "elegir ejercicios", dije yo, tú dictando las clases, yo asistiéndote y de vez en cuando saliendo al pizarrón a explicar más fórmulas matemáticas mientras tú trabajabas en tu tesis de posgrado. Las semanas y los meses se desarrollaban con total normalidad. Ningún evento quebraba nuestra armonía. Los directores del instituto felicitaban nuestra labor. La calidad de los estudios se estaba elevando.
Un año después llegó por el instituto una noticia de gobierno. El Parlamento quería aprobar una ley a favor de los bebés probeta para aquellas parejas con dificultades de procrear.
Recuerdo que tú te armaste de valor y discutiste con el director del Instituto la posibilidad de armar un manifiesto en contra de esa discutida ley. No se podía crear la vida artificial, eso estaba mal visto por la Iglesia, era un tema moralmente incorrecto, ni siquiera se podía discutir! La ciencia está hecha para hacer el bien, no para favorecer el fallecimiento de Dios a costa del poder de la vida en manos de los hombres!
Confieso: nunca me gustó tomar partido por temas tan delicados. Cuando escuché la noticia pensé en una familiar que se desvivía por tener un hijo. Mejor oportunidad que ésta, no la iba a tener, y me alegré por ella. Pero a ti no te cuadraba la aprobación de nada, menos escucharle a alguien pronunciarse al respecto, como yo. Te desvivías explicándome las razones morales del caso: "carece de fundamento". Y me conminaste a exponer el asunto en dirección, si no me aclaraba.
No tenía claro lo que pensaba. Sólo imaginaba la felicidad de mi prima con la aprobación de la ley.
Esa semana llegaría a la ciudad un reconocido científico. Una mañana me confesaste: "Lo mejor que voy a consiguir en mi vida es que este científico venga al instituto a darnos una charla". Te pusiste en contacto con sus secretarias para manejar el caso. Y lo conseguiste! bien por ti! Pronto llegaría a la ciudad a dictar conferencias y en el Instituto Matemático en el que trabajábamos.
Pero un día antes de su llegada apareció en los periódicos: "El respetado científico firmó un manifiesto a favor de la aprobación de la ley de bebés probeta".
Tú te caíste de espalda. Pronto vendría a visitarte.
Ese mismo día me confesaste en el pasillo: no sabes cuánto sueño con que ese hombre se vuelva moralmente correcto.
Y llegó el día que el científico llegó a la ciudad y se presentó en el patio central a dictar una conferencia sobre los bebés probeta. Horas después me sugeriste renunciar al Instituto. Dejarlo todo después de las promesas.

continuará

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