Vuelvo después de dos años al instituto. Bajo del taxi, camino por la acera que me lleva al edificio donde trabajaba con Liliput. No veo caras conocidas, sólo algunas que por allí me saludan (y todavía me recuerdan): "¿vendrá a volver a enseñar?", preguntan. Subo las escaleras que me conducen a la oficina que compartía con Liliput. No veo a nadie por los pasillos, entro y me saluda un desconocido. Pregunto por Lili. Nadie sabe o entiende de lo que hablo. Busco otra oficina. Tampoco lo hallo, sólo caras desconocidas, que niegan con la cabeza.
Salgo al pasillo, pasa un viejo profesor. Oiga usted, ¿dónde está Lili? Mira, niega con la cabeza, sonríe, ya no trabaja acá (?).
Sigo caminando, lo mejor sería buscar al director, que me explique qué pasó con Lili, la promesa del programa de Matemática. El director me abre, me abraza, le alegra verme, jamás imaginé que le alegraría verme, Liliput siempre decía que era una indeseable, que me largue, que siga otro rumbo, "tú no estás hecha para este Instituto", y así me largué dejándole todo lo que él nunca hubiese podido hacer.
El director me señala una silla, me siento, me dice: "se fue, nos engañó, él no ha sido el gran empleado del Banco, tampoco el gran maestro que simulaba ser, su tesis fue una repetición de ideas, y falló". ¿Y su mujer? ¿Su mujer? Llegó desde el extranjero vestida de rosado, utilizaba el pasillo como un lugar para las habladurías, sólo comía aceite de oliva y quería un sueldo más alto.
¿Y dónde quedó la promesa?
Me quedo en silencio, no sé qué decir, sólo le recuerdo al director que el mundo puede dar más vueltas. Y antes de que añada un comentario más me despido y salgo por el mismo camino escuchando a la gente decir: "era un desleal". Un alumno se acerca a mí para enseñarme una novela. "¿Volverá a enseñar?", pregunta. Yo le miro, me pide un autógrafo y lo reconozco: "tú no estudias más aquí, ¿no?".
Le firmo y leo: "Los geniecillos dominicales (versión enanilandia)". Ganó un premio internacional: por eso me fui de aquí y dejé a Liliput.