Desde hace algunos años llevo escribiendo una novela que me está costando tiempo en terminarla. Algunas personas saben acerca de este texto, y ellas, a las que les he contado que escribo, siempre me preguntan: "¿Y tu libro?".
Siempre he creído que cuando uno escribe algo que considera importante para uno mismo, hay que darle tiempo para cuajar, descansar, madurar, porque si uno se lanza al ruedo o al agua demasiado temprano, claro, quizás no nade bien esos primeros e importantes cien metros de recorrido.
Escribir una novela es como prepararse para correr una maratón. Hay que estar entrenado 'físicamente' para disfrutar cada etapa y elemento de esa carrera. Lo digo porque, por ejemplo, qué pasaría si mi vecino se lanzara a correr una maratón sin estar entrenado, lo haría con tropiezos, hasta incluso caminando, y no sabría contar con orgullo -ni siquiera recordaría- cada detalle del sufrimiento.
Escribir es para mí muchas veces sufrir. La gente imagina que uno escribe y ya, ya está listo el texto. Sin embargo, llegar a ese nivel tan ansiado al que uno quiere llegar, describir nítidamente cada escena, personaje, situación, entre otros, no sólo necesita de una voz, sino de muchas horas de trabajo detrás de las hojas en blanco o del teclado.
Hoy encontré un artículo en El País. Me atrajo por el simple hecho de que nos estamos convirtiendo en máquinas productivas en esta era de la información.
"No hay que tener miedo a no hacer nada productivo", dice Andrea Köhler. Y lo digo porque vivo en Holanda, un país en el que es importante siempre estar ocupado en algo productivo, incluidos los jubilados.
Aquellos lapsos que el tiempo nos regala para estar con nosotros mismos, es "una (in)acción que hoy es anatema o supuesto estado de imbecilidad improductiva", continúa Andrea Köhler.
Y me siento identificada.
Muchas veces aquellos lapsos de improductividad o como le llamen, son buenos para volver a la esencia. En el caso de la escritura, la mente sigue trabajando aún dormida. Y además sirve para cuajar el trabajo creativo.
"Todo creador, sostiene Köhler, debe soportar la espera: a que lleguen los pensamientos y se ordenen. Es lo que Kafka llamaba “el titubeo antes del nacimiento” porque, como dice ya ella, “a la musa no se la obliga, pero hay que prepararle el terreno, esperar”. Se trata, pues, de entender toda espera “como tiempo regalado y no perdido”.
Así que todo tiene una razón de ser, un tiempo determinado. Esperar no nos hace mal. Encontrarnos con nosotros mismos, tampoco. Escribir es un largo proceso de maduración. Y a unos nos cuesta mucho más que a otros.
Lea el artículo completo sobre Andrea Köhler y el ansia de esperar, aquí.