Estar en un lugar y no querer
estar allí es un sentimiento descentrado; cuando una persona pisa una tierra y
quiere estar en otra ¿qué siente? ¿añoranza o aburrimiento?
Les pasa a los inmigrantes que aunque voluntariamente están aquí, emocionalmente están al otro lado, a los refugiados que tuvieron que escapar de su patria y hacerse en otro país porque tiene futuro; a los mendigos que preferirían verse en la limousine que suelen ver todos los días pasar por la avenida, a
los tiranos que prefierían estar jugando a la
ruleta rusa.
Hay muchos personajes en este mundo que no quieren estar aquí sino allá. Las mujeres que miran las
telenovelas en sus casas; los encorbatados que van todos los días al trabajo a
sentarse detrás de una computadora; los hombres viejos que echan de menos tiempos pasados; a los que se mueren de aburrimiento por la vida que tienen. "Ay qué aburrimiento"
La vida es aburrimiento para muchos. Lo veo a diario. Una rutina que el común de los mortales o está acostumbrado a vivirla siempre igual, en 'sana' monotonía, o que le desespera hasta la médula espinal: no está en su sangre vivir sentado como un maestro zen en un sólo lugar, le gustaría en sueños vivir aventuras a lo Marco Polo o a lo Alexander von Humboldt, andar caminos por remotos desiertos, vivir experiencias como los corsarios.
Es contradictoria esta idea del
no-querer-estar.
Hablo del espacio, del lugar, de lo geográfico; no del tiempo, de los cronómetros o los relojes. Del espacio como físico, de aquello que en los
Andes llamamos la Pachamama o que en África, ardhi o en Europa, mi país; sí,
todo depende de cómo lo mires y de cómo lo tomes.
Estar aquí y no allá tiene sus
conjeturas. A veces me siento en mi computadora a escribir unas líneas
y a pesar de que me encanta mi trabajo, no quiero estar aquí, pues preferiría estar allá a cinco mil metros de altura sufriendo en la bicicleta, o tomándome un helado en El Sahara. Sin embargo, amo escribir.
Pero dejémonos de ideas y frases repetitivas. A qué voy con esto, a esa idea de insatisfacción total
que suele tener el ser humano, sobre todo en días como estos en los que tenemos
todo al alcance de la mano, si uno tiene dinero, claro está, puede hacer lo que se le da la gana, y si no lo tiene, también; con la tarjetita de crédito alcanzamos el sueño de la casa propia, el coche del año, el televisor de "x" pulgadas, la nueva refrigeradora, la nueva lavadora, ni qué decir del ipod y los androids, esclavizantes. Estar aquí hoy en día implca estar en todos lados, excepto aquí, buscando satisfacer deseos temporales que después de seis semanas de uso del nuevo telefonito, ya me aburrí, a comprarme algo nuevo. Prikkelen le
llaman en la lengua de mi madre, aquella holandesa que llegó a tierras peruanas
en los setenta. Prikkelen que significa pinchar la atención. ¡Lo que hace internet! A no estar satisfechos con nuestras vidas. Decirnos allá en lugar de aquí. Estamos aquí pero soñamos con cruceros transatlánticos, seguimos vidas privadas en facebook, envidiamos las fotos de las vacaciones de nuestro vecino, hasta miramos pornos, juegos, triple xxx, o, lo que es mejor, un chat con el amigo de afuera a veinte mil kilómetros.
Aquí y allá, ese concepto.
Seguimos dándole a la vida,
andando como transeúntes, deseando más cosas de las que deseábamos antes.
¿Por qué entonces gente con deficit de atención temporal, por qué entonces niños que
miran la televisión y a la vez juegan su nintendo, por qué entonces tanto psiquiatra y psicólogo suelto, casi a domicilio? Nunca tuvimos tanta libertad y sin embargo tendemos a parecernos cada vez más y más entre nosotros. Nos gusta parecernos al vecino.
Hemos llegado a la civilización del espectáculo, a la barbarie, a la masacre de los sentidos. Qué fácil es hoy en día estar aquí, allá y más allá. Qué difícil es escoger un lugar, incluso un plato en un menú de un restaurante.
Aquí y allá, no lo sé. Me
gustaría estar aquí y allá a la vez, un pie en mi patria otro aquí, difícil
elección. Allá está la aventura, un país por descubrirse y hacerse; aquí está
lo hecho ¿cómo ponernos de acuerdo? Un amigo me dice que la familia es lo que
enraiza. Sí, pero si la familia son los amigos dispersos por todas partes,
entonces, ¿qué? Otra persona me dice que es el síndrome de la inmigración. Le
respondo que es cierto; sí, me gusta ser una voyeur del resto. Y los más serios
me mandan al psicólogo para arreglar mis problemas.
No sé qué es más cabal, aquí o
allá, sólo que cuando estoy allá pienso menos en el aquí (y prefiero el ají), aunque sé que allá
tenga menos acceso al aquí. La insatisfaccón total, el aburrimiento, la dificultad
de estar en un lugar es el síndrome del no-lugar, de los apátridas sin dueños.
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