Aquí volvemos con el diario
después de algunos días en la nada. La nada, nada. Viajé al norte a visitar a
mi madre, luego llegó mi hermano. Me costó muchísimo concentrarme en los
entretantos, encontrar la paz para escribir sin parar, revisar la novela y
además pensar en cómo mantener mi motivación sostenida por un instante. Hago lo
mejor y lo posible. Doy todo de mí, aunque –con esa naturaleza crítica que
tengo- sé que puedo dar más.
Hoy me levanté directo al ático
de mi casa a corregir. Se me ocurrió seguir una dieta de verduras y sopas. No
para bajar de peso, pero por pura limpieza del organismo. En fin. No hace nada
mal. Dentro de esa a-litariedad me metí en lo literario y trabajé sin descanso
en la corrección de mis textos.
No puedo evitar pensar y pensar,
recordar y recordar. El silencio, la soledad que me da vivir en este lugar a
veces me corrompe y me hace verme demasiado adentro. Mala justiciera, fanática y banal.
Escribir. Me cuenta mucho creer
en lo que hago. Regresé del Perú con todas la creencia puesta y después de unos
días entro en una rutina que me hace rumiar pensamientos, como diría Camus,
olvidarme de mi foco. Mi meta.
Aún lo que es peor, no es
olvidarla, la meta, sino más bien dejar de creer en ella. Es mi naturaleza. Hay
que mantener el estado de ánimo y darle al teclado. Y tocar puertas cuando el
texto esté listo. Los pendientes no me dejan avanzar.
1 comentario:
Debo decirte que me admira tu valentía. ¡Ánimo!
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