Llevo varias semanas leyendo París no se acaba nunca de Enrique Vila-Matas. Me lo compré en París en una librería de libros en español de la Place Saint-Michel, en la que un señor entrado en años me pidió que lo ayudase a buscar a Pablo Neruda. Era un señor muy buena gente que me preguntó si hablaba español y en medio de esa labor detectivesca, nunca encontré a Neruda, pero sí al catalán.
El libro se titulaba París no se acaba nunca y minutos antes de encontrármelo en las estanterías, mientras paseaba por las calles de barrio latino pensando que sin duda París era una ciudad inacabable, encontré el título de un libro que alguna vez había pensado escribir (a mi estilo,claro).
Y claro, a pesar de no llevar mucho dinero en el bolsillo, me lo compré con todos mis centavos.
Y tardé cuatro semanas en leer el libro.
El lector seguro se preguntará ahora por qué habré tardado tanto en leerlo. Quizás porque es de esos libros que uno no quiere dejar nunca -y no se acaban nunca- y que contienen un delicioso sentido del humor y varias anécdotas de la vida de Hemingway, Marguerite Duras, entre otros autores, y además las experiencias del aspirante a escritor -Vila Matas- que cuenta cómo se fue a París a escribir su primera novela en los años setenta en una buhardilla de Marguerite Duras. Y fue pobre y no fue feliz, contrario a Hemingway.
¿Y por qué hablo ahora de ello? Porque nunca supe definir a ciencia cierta qué era la ironía, y sin saber aún cómo describirla, un día sentada en el andén de una estación de ferrocarriles holandesa, escribí este texto en la última página del libro. No me gusta que los textos se me escapen, por eso lo publico ahora, y por eso también lo escribí en la última página del libro.
"La ironía nace sobre todo cuando uno está en un estado de hastío, en el que no le importa nada de nada, ni siquiera un helado o un paseo por el bosque o un viaje a París en tren, y la vida le parece tan gris como esta tarde de lluvia en Holanda, gris gris gris, como el cielo panza de burro de Lima. Y entonces uno se da cuenta de que necesita de una medicina que relativice las cosas, de aquello que le dé buena cara para enfrentar el resto de los días. A veces hay que llamar a la ironía, es la única manera de hacer sonreír a la tristeza. Caricaturizar las cosas, caricaturizar la vida, nada más delicioso que eso".
No es que ande triste, no señores. Sólo transcribo ese pensamiento que apunté en medio de una tormenta en la última página de un libro de Vila-Matas.
Y no quiero que París se acabe nunca, porque para mí París no es sólo una ciudad, sino también un mito, y eso me mueve a seguir escribiendo página a página todos los días aunque me salga a medias y tarde más de cuatro semanas.