Sentada en una esquina de la ciudad de Maastricht tecleo mis primeras palabras después de muchas semanas de atasco.
Sí, anduve atascada en el asfalto, en la carretera A2 de Roermond a Amsterdam, detrás del volante, en el túnel debajo del aeropuerto de Schiphol, y me puse a pensar en el poco tiempo libre que tengo y todas mis 'obligaciones'.
Ahora me siento en una cafetería con una sensación de libertad que me cuesta distinguir entre todo el caos que he vivido las últimas semanas. Aclaro, el buen caos, el positivo, el optimista, el que te da vida, la vida cotidiana. En mi caso, son mis clases de español en la universidad y en un colegio, la organización de mis viajes botánicos y en bicicleta, mi hija de tres años y el mantenimiento de mi casa de madera color chocolate, mis paseos en bicicleta y la escuela de Isabel.
Demasiados deberes, sin contar las reuniones sociales, los matrimonios, los almuerzos, los encuentros de mi hija con sus amigos, mis viajes a Amsterdam, mi marido, y el maní que cuelgo de un árbol para las ardillas de mi jardín.
Bebo mi café a sorbos con la extraña sensación que me da el tiempo libre. Hoy me propuse escribir otra vez. Teclear mis letras en este espacio. Me senté con un café y dije ¡basta! : ahora dejaré de lado mis clases, la preparación de los exámenes, los libros de Abanico, Bitácora, Gente Hoy, y me dedicaré aunque sea a escribir unas líneas en este blog que tantas alegrías me ha dado siempre.
Pero soy inconstante, lo sé. Es decir, me hace falta tiempo. Quizás, hacerme tiempo para evacuar mis palabras empozadas en mi herida garganta. Y hacer desvanecer la angustia que me da el no escribir. Un pequeño relato cada día, aunque sea diez minutos. El flow de contar historias.
Susana, 2019