Continuamos con el diario. La última semana he escrito poco, casi nada. Combinar mi vida de 'escribidora' con la de docente y madre de familia es una tarea que implica una buena organización. Dentro de todo, lo sé combinar y sacar tiempo para leer, sobre todo. Creo que no hay nada más importante que leer. Si uno quiere hacerse escritor tiene que leer, es como la gasolina que se le echa al auto.
La semana pasada terminé un libro de Delphine De Vigan, extraordianria escritora francesa de la actualidad. Me identifico mucho con ella. Me encantó su libro "Basada en hechos reales". Relata la relación de la autora con una amiga que conoce por casualidad en una fiesta en París. Su amistad es como muchas amistades que alguna vez seguro nosotros hemos vivido: tormentosa, fraternal, obsesiva, banal, literaria, (a)sexual, sin límites, que nos hace daño. En un momento dado, la amiga de la autora desaparece del mapa. ¿Dónde se metió L.? Había ya hecho mucho daño. Al final resulta ser un personaje que se acerca más a la ficción que a la realidad.
De Vigan aborda el tema de la delgada línea que existe entre la realidad y la ficción. A partir de una autobiografía le da una vuelta de tuerca a esa tentación que el escritor siente al escribir un relato basado en hechos reales. ¿Hasta qué punto es un escritor fiel a los hechos y no los transforma? ¿Hasta qué punto un lector se cree todo lo que un escritor ha escrito en primera persona, utilizando su nombre propio?
Ahora, desde que terminé de leerla he empezado un libro de Mircea Cartarescu "El ojo castaño de nuestro amor". Cartarescu, un autor rumano, autor de El Ruletista, un cuento tremendamente impresionante, es autobiográfico también. Es un poeta a la hora de describir el escenario que le rodeó en la infancia. La descripción de su Bucarest natal se confunde con un cuadro de la segunda guerra mundial: una ciudad en ruinas. Compara el Danubio con una catarata en horizontal. Su gran desdicha es ser heredero de la ruina, dice. Su mundo está en ruinas después de la posesión soviética. La Ideología que destruye la Historia de una nación. La ficción, la literatura, es lo único que puede salvarlo de ese desasosiego.
Estoy en una de mis cafeterías favoritas de Roermond, ciudad en la que vivo. Se llama Bagels and Beans, sirven un café de los dioses, el mejor capuccino XL. Todas las tardes en las que mi hija está en el nido vengo al Bagels a escribir. Hay veces que no me sale una sola línea, otras, muchas veces, como hoy logro concentrarme y escribir algo. Creo que me viene bien escribir un diario, también mis relatos de viajes, sólo que a veces hay días en los que me pongo gris como el invierno, necesito un poco de motivación para seguir escribiendo, y de cafeína.
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