La mejor
noche en mucho tiempo. Recuerdo mis sueños como si fueran un mensaje celestial.
Mario vuelve a aparecer como muchas veces, como si fuera un ángel que me
busca, me abraza y me dice “escribe, no te desperdicies, tú eres muy buena, la
mejor”. Y yo como siempre dudo, aunque los ojos me brillen, le creo y dispuesta
a trabajar en ello, camino a mi casa.
Mi padre,
en escena. Escucho su voz salir de una habitación, como cuando antes llegaba
del trabajo y se le oía de cualquier parte saludando con voz alta. Me dice que
está contento, que ha encontrado un nuevo trabajo. Por fin, pienso, su
salvación, y lo abrazo.
Amanezco
contenta. Hacía mucho tiempo que no dormía una noche así.
Pero este
día, el día 3, es el más chocante de lo que llevo de vida.
A medio
camino, del camino que estoy recorriendo en dirección a Machu Picchu, por una
ruta delgada en plena selva, entre árboles poblados por bromelias, cae una piedra desde la cima de la montaña, rodando
grande como una roca. Yo la observo desde abajo con esa cara inútil que a
veces puedo tener, sin saber hacia donde ir ni cómo reaccionar, observando sin mover un dedo, la
absurda roca acercarse a mí. Pienso no me tocará, ni de a
vainas, habría que tener mala suerte, si la roca te toca. Sin embargo, esa piedra grande y pesada, choca con una rama y cambia de dirección, y sin
tener tiempo de salvarme del impacto, la piedra rebota sobre mi rodilla derecha,
y continúa rumbo por un precipicio.
No imaginé
que yo seguiría el mismo destino de la piedra. Sin poder
aferrarme a nada, me veo caer al precipicio también como en una película de
Indiana Jones. Soy optimista. Pienso no caeré mucho, intento encontrar la forma
de no seguir cayendo, pero caigo y caigo y pienso me jodí, esto es real, mi
miedo más profundo cayendo por un precipicio en dirección a un río del
cual no recuerdo su nombre.
¿Moriré?
Preguntas
de un futuro cercano.
Viví un
momento protagónico de película de aventura, donde los protagonistas nunca
mueren cayendo por un precipicio. No fue la mano de Dios ni la de Cristo ni la
de los seres irreales en las que creen las personas.
No sé qué fue pero me salvó, el tronco mágico de un árbol, como si hubiese
crecido en ese punto de la montaña para salvarme a mí, me salvó de una sentada. Aterricé con mis dos
piernas a cada lado del tronco y mi espalda a la montaña y mi mirada, hacia el
río revoltoso debajo de mis pies, entre piedras enormes que parecíann huevos de
gigantes.
Recién en
ese momento, al detenerme de mi caída libre, me di cuenta de las heridas de mi
mano y de los golpes en mis dos piernas y brazo. José, el guía, llegó a
socorrerme. Le entregué mi chuspa,
luego la mochila, y sin fuerzas logré subir los cinco metros hacia el camino. No
caí muy abajo, pero los minutos parecían eternos.
El
susto me llevó al pánico. Tuve suerte, mucha suerte, no me rompí nada, ningún
hueso, menos aún la cabeza, tan solo la idea de que estuve a punto de tener un
gran accidente o de morir, en el peor de los casos, me llevó a continuar la
caminata con una crisis nerviosa que me duró más de una hora. Pensé en mi
padre, en el sueño de aquella noche y rompí a llorar.
*Fragmento de un diario de viajes titulado "Del Salkantay a Machu Picchu". 5 días a pie en el corazón de los Andes.
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