Leo a Marguerite Yourcenar, una escritora belga-francesa de mediados del siglo pasado, su novela llamada Memoria de Adriano (1951). Este libro recrea la vida y los últimos días del emperador romano Adriano. Nunca había leído un libro con un ritmo tan sabroso. Y una profundidad insuperables. Es de aquellos textos que uno no quiere dejar de leer nunca porque su cadencia es deliciosa, una medicina para el alma.
Al principio, confieso, me costó tiempo entrar en el libro. Su ritmo para mí era demasiado lento porque, quizás, en el fondo, yo estaba acelerada -el mal de estos tiempos, la velocidad de la información-. Pero esa sensación cambió en mi lectura cuando empecé a leer el libro en voz alta. La voz del narrador se apoderó de mi propia voz y consiguió conquistarme.
Aquí quiero compartir un párrafo de la novela. La sinceridad de Adriano es encantadora, un canto a la vida.
"Algunos hombres habían recorrido la tierra antes que yo: Pitágoras, Platón, una docena de sabios y no pocos aventureros. Por primera vez el viajero era al mismo tiempo el amo, capaz de ver, reformar y crear al mismo tiempo. Allí estaba mi oportunidad, y me daba cuenta de que tal vez pasarían siglos antes de que volviera a producirse el feliz acorde de una función, de un temperamento y un mundo. Y entonces me di cuenta de la ventaja que significa ser un hombre nuevo y un hombre solo, apenas casado, sin hijos, casi sin antepasados, un Ulises cuya Itaca es sólo interior. debo hacer aquí una confesión que no he hecho a nadie: jamás tuva la sensación de pertenecer por completo a algún lugar, ni siquiera a mi Atenas bienamada, ni siquiera a Roma. Extranjero en todas partes, en ninguna me sentía especialmente aislado (...)".
La traducción que estoy leyendo es de Julio Cortázar. El libro y la traducción son extraordinarios.