Querida susana:
Hace mucho tiempo que no escribes y cuando lo haces me dices que por favor no te exija nada, que andas estresada, que la vida no es fácil, que allí en Holanda los días se pasan demasiado rápidos y que no sabes cómo organizar tus días. Pero lo mejor, es la sorpresa que me das, esa frase corta y bien escrita: "!Me voy a Perú!", llena de entusiasmo, pues ya te quiero ver yo en el Jorge Chávez con tus maletas, tus abrigos, misma ekeko, tratando de llegar. Y ahora que lo pienso, no sabes las expectativas de viaje que tengo con tu llegada y todo lo que debo preparar como anticipación. Hace dos meses compraste el pasaje, mejor dicho tres meses, y la anticipación del movimiento, de tu viaje, es mi imagen recurrente antes de tu llegada a Lima y te imagino, sólo te imagino aterrizando, pisando de nuevo el suelo Patrio.
Seguro, tu primer sentimiento parecerá el de una paisana, misma Marcelina, que llegará después de años a su tierra y la besa y la aparchurra y le dice que la ama. Bajarás del KLM después de diesisiete horas de viaje y enseñarás orgullosa tu pasaporte en el Jorge Chávez, y cuando te des cuenta que estás en el Perú vas a estar tan feliz que no te importarán los ruidos de las combis, las bocinas de los taxis, los silbidos de los indeseables en la calle, no te importará tampoco hacer colas de mil metros ni apretar el botón que una 'amable' señorita de la aduana te pedirá que presiones, y si sale colorcito rojo a abrir la maleta señorita, y si sale verde !qué suerte la tuya carajo! y por fin a la salida verás a tus amigos en la baranda de "llegadas" saludándote en el tumulto y te preguntarás: "¿me reconocerán?". Aparecerán en una instantánea las caras conocidas que se hacen ver de nuevo y tú te dejarás ver de nuevo en tu país, en este pedazo de tierra con significado, en este zapato clavado en América del Sur, que para el resto del mundo es un pequeño mundo aparte del desarrollo del mundo, excepto para ustedes-nosotros los peruanos.
Prepárate. Lo primero que escucharás es la voz de ¿su pasaporte señorita?, ¿le cargo su maletincito?, !cambio del euro al sol! y alguien te dirá allí "ya estás en el Perú querida". Un amigo tuyo cargará tu maleta y dirá busquemos un taxi a casa, a su casa, para que pases la noche tranquila y sin titubeos, sin el ruido monótono del tráfico de la avenida Larco ni de las bocinas de las combis asesinas. Pensarás que todavía no has llegado a tu destino, todavía te queda un día más de viaje, pero ya llegaste al Perú, ya llegaste a esas calles grises, a esas voces de taxistas tristes que preguntan y ofrecen carreras a Miraflores por diez dólares, señorita, porque ya te vieron cara de gringa y es curioso que te digan gringa, porque en Holanda quieres parecer peruana y te piensan holandesa y en Perú también quieres parecer peruana pero eres gringa. Ni de aquí ni de allá, pensarás.
Prepárate. Lo primero que escucharás es la voz de ¿su pasaporte señorita?, ¿le cargo su maletincito?, !cambio del euro al sol! y alguien te dirá allí "ya estás en el Perú querida". Un amigo tuyo cargará tu maleta y dirá busquemos un taxi a casa, a su casa, para que pases la noche tranquila y sin titubeos, sin el ruido monótono del tráfico de la avenida Larco ni de las bocinas de las combis asesinas. Pensarás que todavía no has llegado a tu destino, todavía te queda un día más de viaje, pero ya llegaste al Perú, ya llegaste a esas calles grises, a esas voces de taxistas tristes que preguntan y ofrecen carreras a Miraflores por diez dólares, señorita, porque ya te vieron cara de gringa y es curioso que te digan gringa, porque en Holanda quieres parecer peruana y te piensan holandesa y en Perú también quieres parecer peruana pero eres gringa. Ni de aquí ni de allá, pensarás.
Seguro treparás a un taxi rojo destartalado que necesitará de un alambre para encenderse. Tus dos amigos, de la baranda, se sentarán detrás tuyo y empezarán a preguntarte qué tal el viaje, qué tal los chicos, qué tal Holanda y tú no sabes qué contestar. Las preguntas en general nunca te dan mucho pie a la respuesta porque nunca sabes qué pueda interesar. Claro, todo lo respondes BIEN BIEN BIEN y después de un rato cuando el taxista puso radio tropical para darte la bienvenida al Perú y ya va manejando por la Faucett, qué horror, quieres olvidar, y se te ocurre hablarles de tu casita en la groenesteeg, de lo pequeña que es tu habitación, de tu trabajo como niñera y abuelera y de la Universidad de Leiden. También comentarás las clases de la profesora argentina, del encuentro casual en la estación de Leiden con tu amiga guerrera Uchi y de la estrambótica exposición de las culturas híbridas, y, claro, de lo bien que te va, porque no te puedes quejar, te va bien por allí, aunque todavía te falte mucho por recorrer, y por la ventana veas Lima la gris, color panza de burro, que te da la bienvenida en una noche sin estrellas bastante pegajosa.
Aquella noche no harás mucho, creo, pero hace un par de días mientras caminabas por el centro de Leiden, tu fotografía de la anticipación era otra. Imaginabas despertar al día siguiente y ver a una lista de amigos que viven en Lima, la familia piurana que tanto cariño te dió, tanto te acogió, en esos diez años que viviste por el norte del Perú; pero no, ellos no van a estar, escuchaste, y tus planes cambiaron de pronto. Al día siguiente, te vas a querer ir cuanto antes de Lima la gris que en verano no es tan gris, con el malecón Armendáriz frente a ti, el Larcomar a unos metros caminando y tu antigua calle limeña, Diego Ferré, a unas cuántas cuadras. Pero tú ya vas a estar con la mente puesta en casa, en esa sala grande, con tu hermano y tu mamá, tus perritos y la Doris; con la imagen del aeropuerto de Arequipa y el Misti. Primero tendrás que hacer la cola en el Jorge Chávez, pagar los impuestos de salidas nacionales, despegar o en Aero Cóndor o en Lan y mirar por la ventana del avión las montañas que tanto tiempo no ves, las montañas que tanto extrañas en Holanda, los majestuosos Andes que son parte de tu ser. Y ya en el avión, las líneas de Nazca, el Coropuna, el Ampato y después vienen el Chachani y el Misti, son la fila de nevados y volcanes antes de tu ciudad y a la altura de cuatro mil metros verás la campiña verde de tu Arequipa y te preguntarás : "¿Estarán esperándome en el aeropuerto o se habrán olvidado de mí como cuando en años pasados tú llegabas de Piura?". No te importa. Seguro sólo quieres poner el primer pie en tierra arequipeña y girar noventa grados para saludar a tu volcán, que tan presente estuvo en tu estadía holandesa, apasionada y generosa, y luego llegar a tu casa, saludar a los perritos, tirarte a tu cama para que cuando abras el primer ojo, despiertes de tu anticipación y todo sea una realidad. Y es casi una realidad, Susana, sólo faltan dos semanas.