lunes, abril 13, 2020

Un carbonero en el travesaño

Casi mediados de mes, y aquí sin saber qué hora es ni qué día de la semana. Seguimos confinados a nuestras cuatro paredes preguntándonos hasta cuándo durarán estas medidas. Hoy es el segundo día de pascua en Holanda, y a pesar de ser un día libre, es el día libre más extraño de mi vida. Me cuesta concentrarme, leer con detenimiento. Mi cerebro anda ahogado en el pensamiento de los inútil. Desasosiego. Falta de motivación. Mi dopamina (que me produce placer) se calcifica en mis entrañas. Veo por la ventana de mi estudio, y los únicos libres son las mariposas, los zancudos y las ardillas que convierten mi jardín en un festín primaveral. Placer para los ojos. ¿Cómo es posible que para curarnos tengamos que aislarnos de nuestro ser natural y social?

Hoy por la mañana un ave pequeña llamada parus major o el carbonero común, un pájaro de pecho amarillo que habita esta parte del viejo continente, estaba parado delante de la puerta de salida de mi casa. Parecía enfermo. Sus grisáceas alas yacían sin el brillo de sus otros compañeros. Su canto era casi inaudible. Abrí la puerta para acercarme a él, y evidentemente, tal como me lo esperaba, no se fue volando (algo que normalmente hacen), sino que se quedó allí tiritando de frío, inflando su plumaje, dando un paso al costado. ¿Estaría sufriendo? 


No sabía qué hacer. Mi hija de cuatro años me decía que debía llevarla a su casita en el árbol para que se mantenga calentita, mamá. Era mejor no hacerlo, no me atrevía a coger al ave entre mis manos. Le servimos agua y le dimos unos gramos de alimento para pájaros, pero el animalito no parecía interesarse en absoluto. Así que lo dejamos tranquilo y nos volvimos a la casa. 

Después de media hora escuché un golpe en la ventana de la cocina. Era el carbonero que de una alzada se había dado con el travesaño. Se sujetó con esfuerzo a la madera, algo que en los cinco años que llevo aquí jamás había visto. Se quedó allí mientras llovía un poco. Cuando volvimos a ver cómo le iba,  desapareció.

Su desaparición me dejó desmoralizada. He revisado todo mi jardín, desde mi huerto orgánico hasta las macetas con geranios colgadas de las paredes. No lo encuentro. ¿Se fue volando? Sólo espero que siga vivo y que se haya recuperado.  

Escribo esto tres horas después. El sol ha salido, alegría la mía. Me hace sentir mucho mejor. 

Roermond, abril 2020

Semana Santa

Viernes santo. Viernes de recogimiento. Viernes de procesión. Mi recuerdo viene de cuando era pequeña. Todos los jueves o viernes santo llegaba mi abuela paterna a eso de las seis de la tarde a tocarnos la puerta de la cuatro-cero-cuatro (la casa de mi infancia). Llegaba con una canasta llena de pétalos de rosas, de las rosas de su jardín, de un aroma casi perverso. 

Ella venía a ver con nosotros la procesión de semana santa que pasaba delante de mi casa. Nos daba una vela a mí y a mi hermano, y esperábamos impacientes ese momento del año. 

La procesión se acercaba desde lejos. Bajaba por la avenida Cayma tocando una melodía torva y triste bajo el compás sombrío de un llanto de tubas, trompetas y saxofones. Varios feligreses cargaban a los hombros pesadas imágenes de yeso de unos trescientos kilos o más, como penitencia. Jesucristo cargando la cruz, Jesucristo crucificado, Jesucristo en una urna de cristal y la Virgen María, triste, vestida de negro. 

Yo los bañaba en una lluvia de pétalos de flores. Mis tiempos devotos, de cuando quería ser monja.  
  
Era un tiempo en los que me pasaba todas las tardes de los dos feriados de semana santa viendo películas bíblicas. Había las veces que me amanecía delante de escenas de Ben Hur o Barrabás o La vida de Jesús.

Qué diferente lo es ahora.  

Ahora ya no celebro la Semana Santa. La imagen de mi infancia de conmemorar la muerte de Cristo que yo vivía con fervor ciego, ha cedido a la magia del recibimiento de la primavera (del norte de Europa) que, además, celebro con mi hija de cuatro años. 

El simpático conejo de Pascua llega a mi casa a regalar huevos de colores a los niños. Es motivo de alegría. De felicidad después de tres meses sumidos en la oscuridad del crudo invierno. De fertilidad y amor.

Mucha gente me pregunta cuál es la relación del conejo o liebre y los huevos, que en realidad los pone la gallina. Los huevos representan el renacimiento, y la liebre, la fertilidad. 

Es una tradición considerada pagana por los católicos pero es más antigua que ella. Y la verdad es que prefiero celebrar la alegría antes que la lúgubre historia de una crucifixión (sin desmerecerla, por supuesto).

En todos estos recuerdos imborrables, lo más hermoso era mi abuela que fiel a su fe y a su familia me motivaba a tirarle los pétalos de flores al 'Hijo de Dios' y a la 'Virgen María' como señal de gratitud y de honra. A ella, mi abuela, le estoy agradecida por haberme dado estos recuerdos tan nítidos de lo que fue mi infancia en la cuatro-cero-cuatro. 

Roermond, abril 2020

viernes, abril 10, 2020

Mi pedazo de territorio

Miro un mapa de América del Sur, un mapa de 1992 colgado en la pared de mi estudio, de National Geographic, que alguna vez recibiera mi padre de alguna suscripción, y pienso que el mundo geográficamente no ha cambiado mucho desde entonces. Los países latinoamericanos siguen allí con los mismos nombres y las mismas capitales. Chile sigue siento Chile; Argentina continúa siendo soberana (la asumo femenina) del mismo territorio; Perú con su costa, sierra y selva. Los topónimos se mantienen inamovibles. También los ríos, los volcanes, los nevados, el Pacífico y el Atlántico, pero sabemos, o sé, que este mapa que aún sigue vigente geográficamente no es el mismo en el microespacio en el 2020; las ciudades han crecido, las vías han dejado la trocha por el asfalto; el comercio entre países se ha hiperdesarrollado (¿existe esa palabra?); el ciudadano viaja hoy en día con un sólo clic a cualquier parte, algo impensable hace treinta años cuando salió publicado este mapa. Observo ahora la toponimia de lugares remotos: Tapi Aike, Macusani, Poopó, pero me desvío y mis ojos se clavan sobre el Pacífico y me pregunto el significado de unos números (4754) dibujados en el área azul del mapa, y unas flechas que suben desde la Antártica. Las flechas -indica el mapa- son el Peru Current (o más conocido como Corriente de Humboldt), y los números -supongo- reflejan la profundidad de la base del océano. Me cuesta abarcar en mi mente la dimensión de la profundidad de ese océano en el que solía nadar de pequeña con amigos en la playa. Me metía huachacas (clavados) entre los tumbos (olas). Veo la medición una y otra vez: 4754. No hay ninguna "m" de metros o alguna leyenda. Sin embargo, sin agua la cuenca del Pacífico sería un gran cañón, más profundo que todos aquellos que conocemos fuera del mar. Superaría al Colca, a Monte Perdido y al Gran Cañón. ¿Imaginan la Tierra sin agua? Sería un ser arrugado e irreconocible como un folio A4 convertido en una bola en la mano. Concluyo que si el virus Covid-19 por el que estamos tan preocupados, llegara a cambiar el microespacio,  y que está amenazando el sistema de salud y económico mundial, pues no lo haría con nuestra geografía, porque creo que mientras no caiga un meteorito, la Tierra seguirá orbitando alrededor del sol.

Roermond, 2020


miércoles, abril 08, 2020

El lugar de mi confinamiento


¿Qué decir ahora en tiempo de confinamiento? ¿que esta computadora que ven aquí trabajará más de la cuenta (es lo que deseo) o descansará? ¿Que invierto mi tiempo entre los papeles regados en el escritorio y en revisar los colgados de la pared? Miren la fotografía de aquella passiflora peduncularis de pétalos blancos y estambres jugosos que me cuida y me hace recordar lo hermosa que es la naturaleza, y la lámpara que parece un zancudo mirando desde arriba a un reloj rojo que me da cuerda en el tiempo. Este es mi lugar de trabajo, y así como todos los lugares idealizados en las agujas de mi cronómetro, tiene un background con libros y una vista espectacular de la calle de los zancudos. Sí, mi calle se llama así La calle de los zancudos porque transita al lado de un río Roer en el que los veranos es nido de insectos y, además, de hurones que visitan por las noches mi jardín. Mi confinamiento no me hace daño, estoy en una situación privilegiada, pero necesito salir a dar un paseo cada día para no hundirme en el inoportuno amodorramiento.  

martes, abril 07, 2020

Ellos hacen el amor y yo me asusto

Niño atrapa a sus padres haciendo el amor – su comentario al día ...

Muchas veces me pregunto por qué durante nuestra niñez nos choca ver a nuestros padres, incluso imaginarlos, teniendo relaciones sexuales, como si ellos no pudieran o no debieran de tener relaciones sexuales.

Recuerdo aquella mañana en que encontré a los míos haciendo el amor. Entré a su dormitorio y los dos saltaron de un lado a otro asustadísimos, calatos, con pudor.

Era como ver un acto de violencia. Como si mi padre le estuviera haciendo daño a mi madre. O al revés. Me quedé impresionada por varios días.

Yo sabía lo que era el sexo –en teoría–, mi madre me lo había explicado de una forma bonita cuando cumplí los diez años, pero nunca había visto en vivo el acto sexual, y el hecho de que mis padres fueran los protagonistas me chocó tremendamente.

Pero me pregunto, ¿por qué tuve esa reacción  tan brutal ante un acto que de por sí es central en nuestra existencia? ¿por qué además verlo como algo amenazante en mi relación de hija con mis padres?

Horas después me vino una indigestión terrible. No podía comentarlo con nadie, me sentía tristísima. Me senté en mi cama y me puse a llorar.

Este pensamiento acaba de surgir a raiz de una re-lectura de “Las reputaciones” de Juan Gabriel Vásquez, finalista en la Bienal de Lima. Samanta –una de las protagonistas– rememora a partir de una imagen –de la casa de Mallarino, el caricaturista- una vivencia que creía olvidado.

El sexo como símbolo de violencia representado en la mente de un niño. ¿Por qué? ¿Cómo? En foros de internet mucha gente piensa que es disgustante ver o escuchar a sus padres haciendo el amor.

Ahora a mi edad adulta me hubiese encantado que mis padres hicieran más el amor o el sexo, en lugar de discutir y de irse cada uno por su lado. Hubiese sido más sano, más humano, menos tabú.

Roermond, mayo 2014

PiErDo PAísEs

Borro fronteras - Viajo para conocer mi geografía